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Crítica

‘Dune: Parte dos’ flojea en lo dramático, sobresale en todo lo demás y eso es más que suficiente

La segunda entrega de la adaptación de la obra de Frank Herbert dirigida por Denis Villenueve es puro espectáculo y toda una experiencia cinematográfica

Madrid·Actualizado: 01.03.2024 - 05:51
Fotograma de la película 'Dune: Parte dos' con Timothée Chalamet y Zendaya
Fotograma de la película 'Dune: Parte dos' con Timothée Chalamet y Zendaya · Fotografía: Warner Bros.

En aquel aperitivo de hace unos meses apadrinado por el propio Denis Villeneuve, que se desplazó hasta Madrid para mostrar varias escenas de ‘Dune: Parte dos’, el director canadiense prometía dos cosas: habría más acción en esta entrega y, aunque no fuese recomendable, se podría ver la segunda sin pasar antes por la primera. Ambas promesas se cumplen –holgadamente la referente a la acción– en una película de dos horas y tres cuartos que, tras el retraso debido a los movimientos en el calendario por las huelgas de Hollywood, desembarca este viernes en las salas de cine como la mesías de una taquilla necesitada de grandes estrenos y películas eventos que levanten los números.

Decía entonces Villeneuve, allá por diciembre, que “la primera era más contemplativa, seguía el recorrido de un joven que descubría un nuevo planeta, una nueva cultura y el movimiento era progresivo” y que “en la segunda hay más acción que en la primera”, ademas de ser “más ambiciosa técnicamente”. Todo cierto. ‘Dune: Parte dos’ se descubre ante quien la ve como una película con una ambición por lo visual, lo estético y el espectáculo que hace que cada dólar invertido luzca en pantalla. Cuanto más grande sea la pantalla en la que se proyecte, más rica será la vivencia para el espectador.

Ver ‘Dune: Parte dos' es un viaje en muchos sentidos, toda una experiencia sensorial (aunque no le habría venido nada mal rebajarle unos cuantos decibelios a la banda sonora). En las refriegas entre los fremen y las tropas enviadas por los Harkonnen casi salpica la sangre; en las tormentas dan ganas de restregarse los ojos para sacarse la arena; se saborea ese extraño líquido negro en la boca que tiene pinta de saber a metal; se pierde el equilibro a lomos de un gusano; y cuando hay una explosión, la onda expansiva sacude la butaca.

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