A Woody Allen le gustaría rodar una última vez en Nueva York, pero a sus 87 años tiene claro que no está dispuesto a rogar a nadie para hacer realidad su regreso a la Gran Manzana. A fin de cuentas, ‘Golpe de suerte’ sería un broche final más que digno a una carrera irrepetible y llena, según el propio director, de numerosos “golpes de suerte”. Su película 50 ha salido del Festival de Venecia con las mejores críticas de la última década, aunque él nunca las leerá. Es una de las reglas que mantiene a rajatabla el director de ‘Annie Hall’. No es la única. Allen nunca ha echado a perder unas entradas de sus queridos New York Knicks. “Cuando se acercaba la hora, se acababa el rodaje. No quería perderme el principio del partido”, reconoce sin tapujos.

En las distancias cortas, el genio sigue mostrándose rápido e ingenioso a pesar de que la edad ya está mostrando sus achaques físicos: Woody habla bajito, a veces pide que se le repita la pregunta porque tiene problemas de audición y su vista ya no le permite jugar al tenis, una de sus grandes pasiones. La genética, sin embargo, está de su lado: su padre superó los 100 años y su madre llegó a los 96. El paso del tiempo no le ha quitado las ganas de trabajar ni de dar conciertos con su banda de jazz. No es una forma de hablar. Hoy y mañana Woody Allen está en España participando en el Festival de Cine de Jazz de Barcelona. El 29 de septiembre su nueva película llegará a los cines españoles, y Kinótico pudo charlar con él en una mesa redonda para periodistas internacionales en el Festival de Venecia. Hay Woody para rato.

Está a punto de estrenar su película número 50. Cuando mira atrás y piensa en su carrera, ¿cómo se siente al respecto?