Jaione Camborda: "Había una deuda con la representación del parto, siempre se había contado desde la perspectiva masculina"

Cuando nos encontramos con Jaione Camborda todavía quedaban 24 horas para que recibiera una llamada que ha cambiado su carrera para siempre: ‘O corno’, su segunda película, había sido elegida como la Concha de Oro por el jurado presidido por la francesa Claire Denis. A su paso por el set de Kinótico en el Festival de San Sebastián, la donostiarra afincada en Galicia siente una mezcla de nervios y emoción. Ni siquiera el desmayo, con evacuación médica incluida, durante el pase de gala en el Kursaal puede chafar el refresco a casa de una cineasta que vivió en Donostia hasta que abandonó su ciudad natal poco después de cumplir 18 años. “En este festival es donde descubrí el cine en realidad”, reconoce la directora de ‘Arima’, su ópera prima. “Recuerdo venir con mi madre. Ella era una de esas personas que cogía vacaciones en el trabajo para venir a ver películas. Recuerdo esa impresión de decir: ‘Uy, esto es diferente’. Incluso de no comprender qué estaba viendo al principio. Empezar a ir al festival fue un cambio respecto a lo que entendía por cine. Fueron muchas las películas que descubrí aquí”.

La segunda película de Jaione Camborda nos lleva hasta la Illa de Arousa en 1971 para contar la historia de María, una mujer que se gana la vida recogiendo marisco y que también es conocida en la isla por ayudar a otras mujeres en el parto con especial dedicación y cuidado. “El aborto sigue vigente durante décadas después del franquismo, pero me interesaba esa época de prohibiciones sobre la mujer -o sobre el individuo en general en España–. Quería hablar de una época en la que el ser humano todavía está apegado a la Tierra y hay más partos no medicalizados en la zona rural. En este contexto tardofranquista, la película intenta también recordarnos cómo eran antes las cosas y dialogar con el presente para que esto no ocurra de nuevo”.

‘O corno’ empieza con uno de esos partos naturales, una secuencia intensa y muy física -aunque nunca explícita- que provocó el desmayo de más de un espectador en la sala. “Quedé sorprendida por lo que pasó, pero creo que influyeron varias cosas, empezando porque hacía mucho calor en la sala. Creo que es una escena inmersiva que apela mucho al fuera de campo, despertando así el imaginario de cada espectador. Los espectadores pueden ir a salvo al cine”, promete medio en serio, medio en broma, la directora.