TRIBUNA
Tres razones y un fantasma, el de Carlos Vermut, recorrieron los pasillos de los Premios Feroz
Los premios de la prensa al cine y las series lidiaron el viernes con el espectro de los casos de abusos y violencia sexual del director revelados por el diario El País
El jueves 25 de enero por la noche, los grupos de WhatsApp que compartimos muchos compañeros y compañeras del mundo del audiovisual comenzaron a arder. Parecía inminente que fuera a materializarse algo que llevaba varios meses siendo un secreto a voces: el diario El País estaba investigando los casos de abusos sexuales perpetrados en el seno de la industria española, que hasta ahora parecía ajena a la oleada del #meToo, y los iba a publicar el viernes por la mañana. En ese momento ya circulaba entre la profesión el nombre de la primera persona a la que se señalaría para denunciar su abuso de poder. Era Carlos Vermut. La cena del jueves se convirtió en una espera tensa hasta conocer la portada del periódico [en mi caso por doble razón, porque a la mañana siguiente tenía que reflejar el asunto en Kinótico… y porque a la tarde siguiente me iba a encargar de la retransmisión de la alfombra roja de los Premios Feroz]. Cuando se difundió la primera versión en PDF de la portada en papel, la noticia corrió como la pólvora.
La lectura de las valientes declaraciones de las tres mujeres citadas en el reportaje, que relatan prácticas abusivas por parte de Vermut entre 2014 y 2022, se complementaba con las respuestas del propio director, que validaba algunos de sus comportamientos de forma escalofriante, y con el silencio de algunas instituciones que no habían querido salir de entre las sombras para condenar lo ocurrido. El viernes 26, las redes sociales -a las que, a pesar de su naturaleza parcial y tabernaria hemos situado como termómetro de la pasión pública- se llenaron de mensajes de condena provenientes de políticos, cineastas, actrices y actores, guionistas, distribuidores y algunas instituciones como la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales, CIMA, o la Academia del Cinema Català. Apoyo a las víctimas, invitación a la denuncia, desprecio al presunto agresor… El camino estaba expedito para que el escenario de los Feroz se convirtiese en un gran altavoz público para el rechazo.
La organización de los premios de la prensa al audiovisual -que se han convertido, solo tras una década, en la segunda ceremonia del año en importancia por detrás de los Goya- decidió abordar el asunto abiertamente en el discurso de la presidenta de AICE, María Guerra, y la retransmisión de la alfombra roja, que yo mismo conduje y para la que no recibí ninguna indicación por parte de la asociación o de la dirección de la gala, se abrió también con un análisis de los publicado por El País [fue nuestra primera pregunta a María Guerra en el set] y con un reconocimiento expreso al periódico por haber dedicado recursos y tiempo -es decir, más recursos- a la investigación. La pregunta se realizó en varias ocasiones más durante la tarde. Fue, de hecho, uno de los temas que abordamos con la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, y en el debate periodístico final que se emitió justo antes de la ceremonia. El micrófono estuvo abierto para todos los miembros de la industria que pasaron por allí. Como lo estaría también para los ganadores.
Las tres razones del silencio
Y sin embargo, como ha publicado El País durante el fin de semana, ninguno de los galardonados y galardonadas decidieron hacer uso de ese altavoz para condenar lo ocurrido. ¿Qué pasó para que nadie hablase? Se nos ocurren varias razones que, solo en conjunto, podrían explicar lo que ocurrió en los Feroz. La primera es la naturaleza que ha adquirido la propia ceremonia a lo largo de sus 11 ediciones. El guion de la gala de los Feroz, por su naturaleza libre y con menos ataduras que otras citas de la temporada, ha sido el encargado durante los últimos años de reivindicar las causas que preocupan al audiovisual: en las recientes ediciones, los monólogos de presentadoras y entregadores han abordado la desigualdad salarial, el machismo, la gordofobia o el demantelamiento de la sanidad pública, y si nos remontamos hasta la gala que presentó Julián López en el año 2017, tras el estallido del Caso Weinstein, los abusos de poder con violencia sexual. Ese reparto de papeles ha permitido a los ganadores, a lo largo de los años, delegar la reivindicación en la propia ceremonia y centrarse en la vertiente más profesional a la hora de subir a recoger la estatuilla. Y esa tendencia no tuvo tiempo material de revertirse el viernes.
Pero no es, ni mucho menos, la única explicación. La segunda razón es que el ser humano tarda en procesar su reacción ante las revelaciones traumáticas. Tras las revelaciones periodísticas es fácil decir que eran conocidas las prácticas de los depredadores sexuales -yo, por ejemplo, no sabía nada del caso particular de Vermut-, pero muchos de los asistentes a los Feroz estaban en proceso de asimilación de los hechos: habían trabajado con él, habían compartido otras carreras de premios, habían coincidido en festivales. Por supuesto que actrices, actores y directores condenaron los hechos cuando les preguntamos en la alfombra roja, pero aludir expresamente al asunto durante el discurso de agradecimiento de un premio requiere una decantación de las propias ideas en torno a los hechos que es difícil de procesar en unas horas. Y esto no disculpa a nadie: es un intento de entender por qué nadie dijo nada sobre esto… y sí sobre los ataques de Israel sobre Gaza [fue el caso de los guionistas de ‘Upon entry’, Juan Sebastián Vásquez y Alejandro Rojas], la escasa cobertura en la prensa escrita de las nominaciones españolas a los Oscar [lo denunció Juan Antonio Bayona] o la visibilidad LGTBi [La Dani].
Llegamos a la tercera y culposa razón que sobrevuela desde el viernes esas redes sociales que antes mencionábamos. El argumento de que el asunto sigue siendo un tabú, de que existe miedo a pronunciarse sobre la violencia sexual y el abuso de poder para no enfrentar ciertas consecuencias. Generalizar sobre este argumento es peligrosísimo, porque los dedos acusadores sobre quienes no hablan desconocen qué relación guardan los señalados o las señaladas con este caso en particular… o incluso si lo que cundía la noche del viernes en el patio de mesas de los Feroz era la impresión de que Vermut es solo la punta del iceberg. Como publicaba ayer el periodista y cineasta Jesús Choya, la industria -como la vida- está plagada de microagresiones que, si bien no son constitutivas de delito, sí modelan una mentalidad compartida, de la que nos hemos ido desembarazando solo parcialmente y muy poco a poco. Decir que quienes subieron al escenario son unos cobardes es, quizá, una revictimización para algunos… y desde luego la ignorancia de que el fantasma que recorría los pasillos de los Feroz era más bien un examen de conciencia: qué hemos hecho mal y en qué medida hemos podido contribuir todos. No mirando, no haciendo, haciendo, tolerando.
Carlos Vermut es ya parte de la historia de los Feroz por partida doble. Su ‘Magical girl’ marcó la segunda ceremonia, la de 2015, con cuatro estatuillas: yo mismo estuve sentado en la mesa de aquel equipo en la plaza de toros de Las Ventas. En 2024, otra plaza de toros, la de Vistalegre, reconvertida en pabellón multiusos, le ha servido a la industria audiovisual para torear como ha podido el fantasma de la depredación sexual. Lo que parece claro es que, después de las razones expuestas, tan complicado es decir que los Feroz ignoraron el caso como afirmar que la reacción fue valiente y unánime. Se trata de un proceso espinoso de aprendizaje colectivo en el que, como ha ocurrido con El Pais, quienes primero alzan la voz son quienes cuentan con los recursos para ello. Lo dijo muy acertadamente María Guerra [a la que todas deberíamos agradecer la presidencia aguerrida y militante que está ejerciendo] en su discurso. Después de recordar la agresión múltiple de la fiesta del año 2023, reflexionaba: “Los abusos no están solo en el cine y en el deporte, el abuso de poder está en todas partes, y especialmente se ceba con los débiles. La precariedad es debilidad, y es un tabú que humilla y avergüenza a quien lo padece. Parte de la solución pasa por unas condiciones laborales dignas”.
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