Mar Coll quiebra el dogma de la madre perfecta en 'Salve María'

Hay que creer. O, más bien, hay que elegir creer. Por eso, cuando al papa Pío IX se le ocurrió proclamar los dogmas marianos y convertir a la otrora simple madre de Jesús en la Virgen María llena de gracia, lo de creer pasó a ser una cuestión de echarle ganas. Como a una nueva fase en el Universo Cinematográfico de Marvel. Dividido en cuatro partes, ventrículos y aurículas acaso de una era tan obsesionada con su propio fin como la nuestra, el dogma mariano reza -perdonen el chiste- que María es la madre de Dios, que fue siempre virgen incluso en la concepción y que, al fallecer, subió a los cielos a ocupar su correspondiente lugar junto a Él (o "capital H-I-M", que diría Lady Gaga). Esa es la inspiración directa y dogmática, irónicamente pasada por un filtro agobio de Polanski y otro más goloso de Haneke, que promulga la directora Mar Coll en 'Salve María', a todas luces la propuesta más inteligentemente feroz de la Sección Oficial en la 69 edición de la Seminci de Valladolid.

De la mano de una Laura Weissmahr como protagonista imponente, tanto por hechura como por presencia escénica impropia de una casi debutante en esto de los largometrajes, 'Salve María' adapta libremente la novela 'Las madres no', de Katixa Agirre y trae al contemporáneo un debate tan viejo como nosotros mismos: toda decisión deja espacio al remordimiento, incluso aquella que pasa por otorgar la vida. La verdad de las madres imperfectas, aquellas que no saben, se arrepienten o quieren dejar de serlo, encuentra aquí un altavoz níveo que Coll envuelve en un feminismo tan contradictorio como orgánico. Llena de citas de autoras clave del siglo pasado, con Beauvoir al frente, la película discurre como una concatenación de teteras al fuego, platillos en palillos y vía crucis holístico para acceder a la desesperación de una mujer que, claro está, ha dejado de creer.