'La terra negra': Sergi López resplandece expuesto al sutil neorrealismo mágico de Morais

Los japoneses, que algo saben de narrativa, tienen un montón de palabras para definir las historias en las que se quiebra el status quo. Quizá la más interesante, ahora que las dinámicas del anime ya son abrazadas a lo largo y ancho del audiovisual mundial, es la que hace referencia al 'isekai' (literalmente, 'otro mundo'). Se trata de narraciones en las que un personaje, bien por llegar a una época o a un lugar del espacio que no les pertenece, alteran toda la realidad y la transforman en pos de la catarsis final. Ese referente, por lejano que le quede a una historia del rural valenciano con un Sergi López gigante al frente del reparto, es el más útil para definir qué es 'La terra negra', nuevo largometraje de Alberto Morais y una de las películas más originales de la Sección Oficial a competición del 28 Festival de Málaga.

Para empezar a desarrollar el paralelismo, lo mejor es entender que Morais ('Las olas', 'Los chicos del puerto') dibuja en su película una estampa de la España vaciada que languidece: los últimos se pelean contra los penúltimos por explotar el más mínimo rastro de vida, de color quizá, que le quede a la tierra. Es ahí donde el director nos presenta a dos hermanos (Andrés Gertrúdix y Laia Marull) cuyas existencias de vivir de las rentas de un padre apócrifo se verán interrumpidas por la llegada del protagonista, interpretado por López. Expresidiario y desheredado, un paria de otro mundo que aparece en un molino del campo valenciano profundo para cambiarlo todo, no solo ejercerá de corazón para la pusilánime parte masculina del binomio, sino que acabará convertido en inspiración emancipatoria para la mitad femenina. De algún modo, y en hierática presencia, López se convierte en 'La terra negra' en una especie de revelado negativo de John Wayne que, además de calma, le pone violencia contenida a las cosas.

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