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Críticas

Lola Dueñas y Ana Torrent claman venganza en 'Sobre todo de noche', un atípico ejercicio de cine negro y justicia social

El debut de Víctor Iriarte, que compite en la sección Giornate degli Autori, usa el poder de la narración para conciliar ley y justicia en un caso de bebés robados

Venecia·Actualizado: 02.09.2023 - 14:45
Lola Dueñas y Ana Torrent protagonizan la película 'Sobre todo de noche', presente en el Festival de Venecia
Lola Dueñas y Ana Torrent protagonizan la película 'Sobre todo de noche', presente en el Festival de Venecia · Fotografía: Festival de Venecia

“Esta será una historia de terror. Será una historia policíaca, un relato de serie negra y de terror. Pero no lo parecerá. No lo parecerá, porque soy yo la que lo cuenta. Soy yo la que habla y por eso no lo parecerá. Pero en el fondo es la historia de un crimen atroz”. Con las palabras de Roberto Bolaño en ‘Amaleto’ arranca la ópera prima del artista y programador cinematográfico Víctor Iriarte (suyo era el cortometraje ‘Decir adiós’, de 2007). En su manifiesto inicial, la película de Iriarte pregona: podrán arrebatárnoslo todo excepto la narración. Contar el horror es, de alguna forma, coger el timón sobre la violencia que se ha ejercido sobre mí, reclamar aquello que es mío y solo mío, la frontera última de mi gobierno.

En su primer tercio, ‘Sobre todo de noche’ se anuncia pero no se explica como una posible cinta de terror. La existencia plácida de Vera (Lola Dueñas, ¡qué placer volver a verla en el cine!), de rutina establecida y colores terrosos, poco o nada tiene que ver con la trama de venganza que su voz anticipa fuera de plano, por lo que la reconocemos en sus trapicheos y encuentros clandestinos con la distancia de quien observa a una criatura jugar a las cocinitas. Pero Vera ha decidido, reanimada por una serie de desmayos, signos de una enfermedad avanzada, que por fin cerrará el ciclo de venganza sobre el incidente que antaño la marcó para siempre: el robo de su criatura recién nacida, una de muchas sustracciones ilegales de bebés que salpican la Transición española y que aún hoy están por resolver.

El hijo de Vera “desaparecía” ante la vista gorda de un sistema judicial impune, que ejerció su poder incluso sobre el territorio inapelable de los lazos familiares más íntimos. ¿Dónde quedaron, entonces, las fronteras de “lo mío y solo mío”? Por reflejo, la película de Iriarte encadena gestos que en sí mismos son encierros protectores. Uno, el significado oculto tras las teclas silenciosas de las estenotipistas a las que Vera da clase. Las estenotipistas, militantes de lo analógico, son aquellas que en un juzgado registran los procesos de ajusticiamiento y cuyas transcripciones se escurren bajo el peso de la Ley, utilizando un código que solamente ellas pueden descifrar. Dos, un gesto de conquista amable: recorrer con la mano las calles del plano de una ciudad, acariciarlas en la justa medida de la yema de los dedos y evocar el espacio como cuando viajábamos en coche y el paisaje se organizaba a golpe de nuestro cerebro distraído, con el único fin de entretenernos.

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