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Crítica
La segunda temporada de ‘Heartstopper’ nos disculpa (y despacha) las molestias
Netflix estrena hoy la nueva temporada de uno de sus últimos fenómenos, al menos en redes sociales. Vuelve una tanda de 8 capítulos de las aventuras de Nick y Charlie
Ay, cuando una bollera te cuenta sobre aquella “mejor amiga” que en el instituto la sacó del armario sólo para romperle el corazón en pedazos. Reconocemos la historia al instante, es prácticamente una medalla en el historial queer… Un lugar común al que aludimos cuando, en definitiva, queremos evitar los charcos de una experiencia dolorosa y narrarnos a partir de una sinopsis en la que más o menos todes podemos vernos reflejades: “It’s a three act story with a tragic ending”, que decía Lubitsch. Y así sorteamos la soledad que, inevitablemente, acompañó nuestros procesos de descubrimiento (oh, sorpresa: paliamos el dolor contándolo en historias que sabemos reconocibles, colectivas).
Si ‘Heartstopper’ funciona tan bien es porque se dibuja a partir de este espacio intermedio entre experiencias individuales, este suelo imaginario que han ido puliendo inseguridades y soslayos comunes. Los raíles consensuados de las experiencias formativas permiten a la serie basada en los cómics de Alice Oseman escribir con trazo grueso, sin comprometerse con una sola vivencia queer en concreto. Lo cual supongo que le pondría las cosas verdaderamente más difíciles a la hora de pintar la vida en rosa… Está bien, pienso, quizás nuestros “yo” jóvenes e incómodos hubieran agradecido el retrato empañado que Netflix les brinda. Por lo menos, no molesta.
Mas, ¿y mejor? En esta segunda temporada, el ultranormativo Nick Nelson (Kit Connor) se pone como gran objetivo salir del armario de forma oficial, ser reconocido como bisexual de la mano de su novio Charlie (Joe Locke), la pieza frágil, el siervo desgarbado. En fin, todo el mundo sabe cómo avanzaría la arquetípica relación entre Don Quijote y Sancho Panza, o entre Frodo y Sam, si sucediera en un instituto británico y en 2023. Les reconocemos, sí, por fin explicitando relaciones afectivas que el público lleva haciéndose suyas desde antaño sin salirse de las casillas. ¡Si para torcer el camino ya estaban Elle (Yasmin Finney) y Tao (William Gao)! Pero ni siquiera la bohemia del grupo es capaz de escapar al aburrido amor romántico y monógamo…
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