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Crítica

'Los destellos', o la virtud de los silentes según Pilar Palomero

Patricia López Arnaiz y Antonio de la Torre protagonizan una película levantada en sutilezas, gestos minimalistas y una incontestable sensibilidad cinematográfica

Madrid·Actualizado: 03.10.2024 - 04:00
Patricia López Arnaiz en un fotograma de 'Los destellos', película de Pilar Palomero
Patricia López Arnaiz en un fotograma de 'Los destellos', película de Pilar Palomero · Fotografía: LAIA LLUCH

En uno de los encuentros míticos entre Poros y Penia, las deidades de la abundancia y la pobreza, se han querido acordar siempre filósofos como Lacan de que los griegos inventaron el amor. Eros, aquí hijo de una riqueza dormida y de una parquedad astuta, no es más que la explicación lógica a la relación entre el vacío y lo vaciado, entre lo opulento y lo pacato, entre el exceso y el defecto, entre el ruido, acaso, y el silencio. A partir de otra hija, una extraordinaria Marina Guerola debutando como la más sabia de las veteranas, la directora Pilar Palomero pinta en 'Los destellos' su primer largometraje incontestable, un retablo dialéctico que busca la virtud a través de la contención: todo el exceso de sus excusas narrativas, que nos hablan de una pareja de divorciados lidiando con la enfermedad terminal de uno de ellos, se equilibra con la sensibilidad de una realizadora que jamás se arrebata ni se deja llevar, sino que hace verbo bello de la impasibilidad.

De la mano -a veces, textual- de una impresionante Patricia López Arnaiz, que parece seguir ganando con cada nuevo desafío interpretativo, Palomero nos presenta la deconstrucción de la familia en una anagnórisis explosiva. Isabel (López Arnaiz) y su nueva pareja (Julián López) intentan rehabilitar una casa rural a la vez que la hija de ella (Guerola) trata de hacer lo propio con la relación que guarda con su padre, un huraño extremadamente creíble al que pone cara Antonio de la Torre y que está a punto de morir. Entre las paredes de la otrora casa familiar, donde el padre se esconde ante cada visita puntual de la madre, aún parecen resonar los gritos y reproches de una relación muerta, como si a Palomero le bastara la penumbra de un pasillo verde para explicar los porqués del fin del amor (que no del cariño).

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