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'La homilía' de Vallín. La Bruja Escarlata quiere instalarse en tu casa para negar el mundo

El hogar es patria de la certeza y antítesis de la libertad, por eso los nostálgicos quieren hacer del mundo una sitcom mientras el cine español solo habla de casas

Madrid·
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El periodista Pedro Vallín, durante una de las ediciones de su video semanal 'La homilía'
El periodista Pedro Vallín, durante una de las ediciones de su video semanal 'La homilía' · Fotografía: Kinótico

La casa familiar se ha convertido en nuevo tema predilecto, casi obsesivo, del audiovisual. Hablábamos la semana pasada del famoso poema de Gabriel Aresti 'La casa de mi padre' cuyos versos finales, en castellano, dicen: "Me quitarán las armas y con las manos defenderé la casa de mi padre; me cortarán las manos y con los brazos defenderé la casa de mi padre; me dejarán sin brazos, sin hombros y sin pechos, y con el alma defenderé la casa de mi padre. Me moriré, se perderá mi alma, se perderá mi prole, pero la casa de mi padre seguirá en pie". Es fácil deducir por qué estos versos son piedra angular del nacionalismo vasco, pero podrían serlo también del nuevo cine español.

No hay tanta distancia entre el éxito de 'Alcarrás', de Carla Simón, la notable adaptación del cómic 'La casa', de Paco Roca, firmada por Álex Montoya, o el taquillazo logrado por 'Casa en flames', de Dani de la Orden, y la temática de Aresti, pero es notable que estos títulos se sumen a otros muchos recientes con el asunto del hogar y el paraíso perdido o maldito como tema, tales como 'Las niñas', de Pilar Palomero, 'Viaje al cuarto de una madre', de Celia Rico Clavellino, o 'Creatura', de Elena Martín Gimeno. Decíamos hace unos días que el hogar es espacio y el mundo es tiempo, que la casa es certeza y la intemperie es incertidumbre. Por eso es notable que 'La virgen roja', de Paula Ortiz, proponga esa dialéctica familia/mundo u hogar/intemperie en sus justos términos de prisión/libertad. Como se ve en esa madre, Aurora, fascinante creación de Najwa Nimri, no solo el tradicionalismo rancio es caldo primordial de la batalla contra los libres.

Una de las películas que mejor recoge esta tensión interior/exterior, entre el refugio y los meteoros, es el anime 'Maboroshi', de Mari Okada (disponible en Netflix), historia de la ciudad y el valle de Mifuse que, tras un accidente en la planta siderúrgica que domina la economía local, quedan aislados del exterior y detenidos en un eterno invierno. Desde entonces nadie envejece. Uno de los trabajadores de la acería, convertido en líder local, convence al resto del pueblo de que la maldición es castigo de los dioses de la montaña por la extracción mineral y que el valle no regresará al curso del tiempo ni saldrá del aislamiento en tanto los dioses no los perdonen. Pero la condición para ese regreso al mundo real es que hasta entonces nadie cambie, nadie evolucione. Por eso se obliga a la población a rellenar periódicos test de autoanálisis para verificar que cada ciudadano es, en sus gustos, sus anhelos y su forma de pensar sobre el mundo y sobre los otros, idéntico a sí mismo indefinidamente.

Ser idénticos a nosotros mismos, como individuos y como sociedad, por siempre, a cambio de una vida eterna, detenida y segura. Es difícil no ver aquí la sombra del nacionalismo ultraderechista, su utopía de una arcadia más allá del tiempo. Y encaja como un guante en las fantasías del 'Make America Great Again' o en la realidad pesadillesca del Brexit británico. La conversión del valle de Mifuseen paraíso y pesadilla, por supuesto, será impugnada por los jóvenes protagonistas y por sus inquietudes y su socialización. En el fondo, es la relación con nuestros semejantes, nuestra curiosidad y querencias por ellos, lo que alimenta el motor del mundo. Esta misma idea la veíamos años ha en 'Pleasantville', de Gary Ross, fábula sobre una pequeña ciudad en blanco y negro detenida en la arcadia de los felices cincuenta a la que las pulsiones adolescentes devolverán el color de la mano, por supuesto, de los furores de la carne, es decir, del amor.

"Es la relación con nuestros semejantes, nuestra curiosidad y querencias por ellos, lo que alimenta el motor del mundo"

Una sociedad a salvo del tiempo, de la modernidad y de la modernez, del progreso de las costumbres y de los inventos, también a salvo de la persecución de sus anhelos, es el sueño húmedo de cualquier reaccionario. Por eso el tiempo perdido, la Edad de Oro contra la que nos previene la filósofa Clara Ramas es su negación, un no-tiempo. Como en la maldición del valle de Mifuse, la propuesta reaccionaria es convertir el exterior en interior, que la vida deje de ser un caudal bullicioso y sea agua quieta. La propuesta reaccionaria consiste en negar la máxima de Heráclito, “no puedes bañarte dos veces en el mismo río”, para poder sumergirte para siempre en agua estancada, caldo primordial de bacterias e infecciones. Convertir los días en un lugar, el tiempo en espacio. Someter el mundo a las normas de la casa, las reglas de ese mundo familiar ordenado y jerárquico antitético del azar de la vida social. Una negación pues de lo contingente, de la libertad.

Volviendo sobre nuestros pasos, ese hogar son las series clásicas, aquellas donde cada capítulo plantea una ruptura del orden, un desafío al paraíso, puesto de súbito en riesgo, pero se cierra con un regreso al orden que deja las cosas exactamente igual que al comienzo. Un bucle. Así funcionan casi todas las series que mencionábamos hace una semana pero también las explícitamente familiares, sean comedias blancas o irónicas, como 'Un hombre en casa', 'Los problemas crecen', 'La hora de Bill Cosby', 'Cosas de casa', 'El príncipe de Bel Air', 'Un chapuzas en casa', 'Matrimonio con hijos'… Todas ellas y decenas más habitan en el paraíso maldito de Mifuse, donde no pasa el tiempo y nadie tiene permitido evolucionar.

Por eso, en la prodigiosa 'Bruja Escarlata y Visión' ('WandaVision'), Bruja Escarlata construye para sí un paraíso infinito de vida hogareña en la forma de sitcoms de diferentes épocas clásicas de la televisión estadounidense. Escribía en su estreno el crítico Noel Ceballos que 'WandaVision' concebía “la cultura pop, o la ficción en general, como refugio desesperado para un personaje que lo ha perdido todo”. Pero no era la ficción en general, sino las ficciones de la repetición en particular. Y en ellas, todos menos el creador del paraíso, todos menos la Bruja Escarlata, están sometidos y esclavizados a esa felicidad caprichosa, negadora del mundo y del otro. Eso es lo que vota Estados Unidos el 5 de noviembre. Porque en las fantasías del no-tiempo, en la conversión del mundo en hogar, “me moriré, se perderá mi alma, se perderá mi prole” y todos seremos al fin esclavos de la casa del padre.

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