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Crítica | Series

'Asalto al Banco Central', una miniserie basada en hechos reales que juega bien sus cartas

La miniserie dirigida por Daniel Calparsoro y escrita por Patxi Amezcua revive un episodio de 1981 en forma de thriller de acción, conspiración y personajes

Madrid·Actualizado: 07.11.2024 - 05:37
Tomy Aguilera, Claudio Villarrubia, Miguel Herrán y Juanjo Ballesta en una imagen de la serie 'Asalto al Banco Central'
Tomy Aguilera, Claudio Villarrubia, Miguel Herrán y Juanjo Ballesta en una imagen de la serie 'Asalto al Banco Central' · Fotografía: Tamara Arranz/Netflix

23 de mayo de 1981. Sede del Banco Central en la Plaza de Cataluña, Barcelona. Un grupo de hombres con pasamontañas entran en el edificio, armas en mano y su líder, al que todos se dirigen como Número 1, grita, a pleno pulmón: “Todo el mundo al suelo”. Así pone toda la carne en el asador ‘Asalto al Banco Central, una miniserie escrita por Patxi Amezcua y dirigida por Daniel Calpasoro que se lo juega todo a la acción, la teoría de la conspiración y a la empatía a despertar por unos personajes ubicados en una historia basada en hechos reales. Aquellos que ocurrieron en la Ciudad Condal al cumplirse tres meses del 23F, que aún hoy (43 años después) siguen sin estar claros del todo y que seguirán sin estarlo tras ver los cinco episodios de la serie de ficción producida por Brutal Media. Todo está tan planificado que hasta se estrena este viernes en Netflix, día perfecto para maratonear de cara al fin de semana, y con capítulos cortos, para que cunda bien el tiempo.

Aquí, en ‘Asalto al Banco Central’, la historia importa, pero no la de los libros o los periódicos, sino la del punto de vista elegido, que teje una red de personajes divididos en ladrones, periodistas, políticos y policías, con sus tópicos, sus tropos y su poco de cliché (aún seguimos con que para ser periodista hay que ser mala persona, beber y fumar. Bueno, vale, un poco igual sí. Eran los ochenta). Aunque a lo largo de la temporada se abordan, bosquejan y desarrollan teorías de conspiración y supuestas interferencias de poderes mayores, lo que realmente puede atrapar al espectador es cómo van a salir de la ratonera en la que se han metido esos atracadores de banco que parecen salidos de una película del cine quinqui y a los que capitanea Miguel Herrán.

Para conseguir eso, la condición ‘sine qua non’ es despertar empatía. Sin ella, la serie no va a funcionar. Por eso todo el mundo se afana (desde el guion a la dirección pasando, por supuesto, por la actuación) en que Número 1 caiga bien y que ese boceto de supuesto Guardia Civil simpatizante de Tejero que pide su liberación a cambio de soltar a los rehenes se vaya perfilando hacia alguien mucho más complejo, menos fanático, más peón de una operación mayor que él y algo más humano. Y lo mismo ocurre con el policía al que da vida un resolutivo Isak Férriz (Paco); una voluntariosa periodista novata interpretada por María Pedraza (Maider); y un asqueado (pero buenazo) fotógrafo con la pinta de Hovik Keuchkerian (Berni). Eso sí, con quienes manda eso no pasa. Al menos, no tanto. Ladrones, policías y periodistas tienen un código, cierta moral. Pero con la clase política y militar dirigente habría sido pasarse. Lo básico, lo sencillo, conecta. A veces no hace falta complicarse más en la vida, o en las series.

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