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Crítica | Festival de Cannes
‘Anatomía de una caída’ revaloriza el sistema judicial con la sospecha y la insatisfacción por bandera
Justine Triet entiende que, muy a nuestro pesar, hay relatos que nunca se cerrarán del todo. Por ello, su nueva película, con Sandra Hüller por protagonista, puede atravesársenos como un caso incómodo
Un padre (Samuel Theis) se precipita desde el último piso de su chalet en los Alpes y muere. Su esposa (Sandra Hüller) se encuentra en casa pero no oye nada, y el cuerpo no se descubre hasta que su hijo de once (Milo Machado Graner), ciego, vuelve a la finca. Tres gotas de sangre fuera de sitio son lo único que impide a la forense cerrar el caso como accidente. Una pequeñísima salpicadura separa los dos finales posibles para esta historia: o bien el hombre se quitó la vida, o fue empujado al vacío.
Para dirimirlo, el núcleo de la nueva película de Justine Triet (‘El reflejo de Sibyl’), escrito a cuatro manos con su pareja y colaborador habitual Arthur Harari (‘Onoda, 10.000 noches en la jungla’), se traslada a la sala de un juzgado. Un juzgado debería tener suficiente gravedad para desalentar a la mentira, o a la retahíla de contradicciones que tanto la madre como el hijo cometen en los primeros pasos de la investigación. Primero, ella olvida menciona una discusión fundamental, luego el niño declara haber escuchado una conversación que nunca podría haber presenciado.
Sospechamos… Aunque, por otra parte, ¿quién no tendría deslices bajo presión? Triet monta un excelente juego de Cluedo que nos bambolea entre la inocencia y la culpabilidad y que, por lo menos en la ficción, nos obliga a decidir con qué versión de los hechos nos quedamos.
‘Anatomía de una caída’ abre con una tensa entrevista que Sandra, autora de best-sellers, mantiene con una estudiante. La conversación se encuentra al borde del forcejeo, ambas partes queriendo siempre algo más de la otra… Hasta que finalmente Sandra toma las riendas de la charla. En el juzgado, en cambio, será ella la principal atacada por los abordajes sin clemencia del abogado de la fiscalía (Antoine Reinartz), quien articula una retórica incontestable. Reinartz se permite ser un gran actor, bestia parda de su oficio, mientras que Hüller se empequeñece.
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