'Tótem': Lila Avilés nos desarma con su fiesta de cumpleaños para despedir a un moribundo

Existen películas que son mágicas y luminosas, 'Tótem', vista en el Festival de Berlín, es una de ellas. La directora mexicana Lila Avilés logra el imposible de que la magia y luminosidad se mantengan a lo largo y ancho de 95 minutos en una historia que parte de una premisa quizás contradictoria, pero a la vez desafiante: una fiesta de cumpleaños para despedir a un moribundo.

El bullicio reina en una casa donde las hermanas del agasajado, Tona, están abocadas a los preparativos de esa celebración pautada para la noche. Hacer un pastel, preparar la comida, pasar la aspiradora, pintarse el pelo, recoger la casa, hasta encomendar una limpia de energías a una suerte de chamana bajo la mirada desconcertada de uno de los perros. Sol (Naíma Sentíes), la hija de Tona, a veces ayuda en esas labores, pero sobre todo merodea por la casa.

Que por favor no le vayan a tocar la puerta a su papá que está descansando, le pide una de sus tías. En ese merodeo que le sirve para aplacar sus ganas de abrazar a su padre y así cumplir su promesa, para hacer tiempo hasta que llegue el momento del encuentro, descubrimos los recovecos de la casa, los animales domésticos, los insectos y las personas que la habitan. El abuelo podando con esmero un bonsái, la tía que se saca el tinte del pelo, la prima más chica que no se despega de su madre, los primos adolescentes adheridos a sus aparatos electrónicos. Con Sol, cuyo único deseo es que su papá no muera, a través de la percepción de sus siete años descubrimos un microcosmo, su mundo amenazado.