'La buena letra' o las recetas de supervivencia de la Señorita Laurel según Celia Rico

Hay miradas llenas de amor. Otras de envidia. De tristeza o de consuelo. De alegría e ilusión. O de furia y enfado contenido. Pueden ser pequeños los matices con los que miramos, todo un lenguaje que muy pocos consiguen manejar, pero Celia Rico Clavellino explota todo su poder a través de los ojos de una fantástica Loreto Mauleón, por fin en un papel protagonista, que consigue mostrarnos todas ellas en un rol contenido, pero reforzado por todas las emociones silenciosas en la mirada del personaje principal. La directora sevillana adapta la obra del escritor valenciano Rafael Chirbes (autor también de ‘Crematorio’), diez años después de su muerte, para contar la historia de todas las mujeres, las que perdieron la guerra y las que no. Todas aquellas que pasaron a ser invisibles en una de las épocas más sombrías de la historia de nuestro país. Ellas, a las que los hombres no quisieron mirar a los ojos para no reconocer su traición. Pero que nunca desviaron su mirada y siguieron adelante con la dignidad que pudieron, sacrificándolo todo para levantar a un país roto desde la intimidad del hogar, sin mucho más poder que esas recetas caseras de supervivencia.

Loreto Mauleón encarna a la incansable Ana, una mujer complaciente que se echa el peso de la casa familiar a sus espaldas, a la que siempre vemos con tareas del hogar, entre hilos, coladas y cacerolas. Pero entre los humos de los caldos potenciados con laurel y los ojales de las agujas enhebradas con cariño, no perdemos la atención a su mirada silenciosa, siempre atenta, y a esos pequeños gestos con los que está pendiente de que nada en esa casa acabe desmoronándose. Una tensión del cuerpo que pocas veces relaja, sino es comiendo un chocolate caliente encogida o por el deseo irrefrenable de probarse unos pantalones por primera vez. Gestos que esconden el anhelo de los sueños y de los deseos de quienes quisieron ser y no pudieron. Rico Clavellino y Mauleón construyen a una mujer que todos podemos reconocer en nuestras abuelas, esas mujeres que sacrificaron su vida por su familia en silencio y a las que seguramente nadie preguntó por qué lo hacían.