¿Ya eres parte de Kinótico? Inicia sesión

Sigue leyendo este artículo por solo

0,70€

¡O únete a la comunidad Kinótico con una de las siguientes opciones!

Kinótico Pro

  • 3.99

    / mes

  • 39.99

    / año

Kinótico Industria

  • 9.99

    / mes

  • 99.99

    / año

* Sin compromiso de permanencia. Podrás cancelar cuando quieras

Crítica | Series

'Poquita fe' enfrenta a sus propios Quijote y Sancho con el villanesco mercado de la vivienda en una segunda temporada hilarante

Los ocho episodios que componen la segunda temporada de la comedia firmada por Pepón Montero y Juan Maidagán se estrenaron este jueves en Movistar Plus+

Madrid·
Publicado:

Actualizado:

Raúl Cimas y Esperanza Pedreño en un fotograma de la segunda temporada de 'Poquita fe'
Raúl Cimas y Esperanza Pedreño en un fotograma de la segunda temporada de 'Poquita fe' · Fotografía: Movistar Plus+

Sacarle punta al aburrimiento, a lo anodino, a lo cotidiano, para, entre risas y vidas tristemente cómicas, plasmar de manera tan aparentemente liviana como tremendamente profunda una realidad social a la orden del día: el problema de la vivienda. Eso es lo que hacen Pepón Montero y Juan Maidagán en una segunda temporada de ‘Poquita fe’ que, parecía imposible, supera en diversión y trasfondo a la primera. En esta nueva entrega, de ocho episodios (cuatro menos) disponibles desde este jueves en Movistar Plus+, la comedia que conquistó el Feroz hace dos años –y presenta candidatura para la nueva edición– regresa con Berta y José Ramón convertidos en dos personas sin hogar después de que su despiadado casero les haya puesto de patitas en la calle.

‘Poquita fe’ coloca a sus protagonistas de nuevo entre la espada y la pared, pero esta vez no son ellos sus peores enemigos. Ni su querencia por el atrincheramiento en el sofá (sobre todo por parte de él). Tampoco su aparente resistencia a salir de su zona de confort. El gran villano es su casero –personificación del voraz y abusivo mercado inmobiliario–, que les ha echado y, de pronto, ha convertido su vida en un desastre. Necesitan una solución habitacional, un techo bajo el que guarecerse y solo su consumada resiliencia –aunque en cada capítulo tiren varias veces la toalla y vuelvan a recogerla para intentarlo una vez más– les puede sacar de un pozo en el que se han visto arrojados por el despiadado capitalismo inmobiliario y del que no pueden salir sin ayuda.

Su mejor opción es esperar a que una señora mayor y enferma, madre de un vecino, fallezca. Mientras tanto, con las maletas de un lado a otro y “cuatro mierdas”, como tanto repite él y tanto le molesta a ella, inician una suerte de aventura/yincana en clave inmobiliaria que les lleva a pasar por distintas casas y situaciones a cada cual, si cabe, más rocambolesca. Lidian cada batalla juntos o por separado, depende de quién sea su anfitrión o anfitriona. Y cada una pone al límite y tensa la cuerda de su relación. Porque la búsqueda de un nuevo espacio al que llamar hogar se convierte en una prueba de fuego para Berta y José Ramón como pareja, dos personajes que, con sus manías, extrañezas y su personalidad cual pan sin sal (que decían las abuelas) conquistaron al espectador en la primera temporada.

También te puede interesar