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Crítica | Series

'Black Rabbit', una serie pensada y ejecutada para los fans de las espirales de miseria y mal juicio

El thriller protagonizado por Jude Law y Jason Bateman como dos hermanos acuciados por los problemas derivados de sus malas decisiones llega a Netflix

Madrid·
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Jason Bateman y Jude Law en un fotograma de la serie 'Black Rabbit'
Jason Bateman y Jude Law en un fotograma de la serie 'Black Rabbit' · Fotografía: Netflix

“Uno de los mejores thrillers policiales de Netflix”. “Un thriller insoportablemente sombrío para Netflix”. Ambas afirmaciones, aparentemente contradictorias, han sido escritas en distintas críticas ya publicadas en medios angloparlantes sobre ‘Black Rabbit’, serie de estreno este jueves, 18 de septiembre, en la mencionada plataforma. Creada por Zach Baylin y Kate Susman y compuesta de ocho episodios, cuenta como gancho con Jude Law y Jason Bateman dando vida a dos hermanos que nunca jamás se llevarían el premio ‘alegría de la huerta’, pero que sí serían unos duros rivales en la carrera por el premio ‘te mereces lo que te pasa por tomar siempre la peor decisión posible’. Y, así, entre elecciones equivocas –tanto personales como profesionales– y una sucesión de tragedias a pequeña y gran escala, ‘Black Rabbit’ se convierte en una suerte de serie venida al catálogo de Netflix para cubrir el hueco que dejó ‘Ozark’ y no solo en el currículum de Bateman, quien dirige los dos primeros episodios. Esta serie comparte con aquella rostro y algunos nombres implicados –Laura Linney dirige el tercer y cuarto capítulo–, pero también ese tono bajo en iluminación y ese gusto por la miseria humana. O, lo que es lo mismo, por el drama más intenso.

Probablemente la palabra que mejor defina a esta serie sea la de rompecabezas. Por su estructura y porque hace caer sobre el espectador el trabajo de seguir bien el hilo, juntar todas las piezas y no perderse en el camino, sembrado de minas argumentales y temporales, a la hora de entender los porqué, los cómo y los a santo de qué han llegado los personajes hasta ese punto concreto. Este no es otro que un atraco, a cara cubierta y arma en mano, del exitoso local que da título a la serie y que regentan los hermanos Friedken. Ahí, en ese momento de alta tensión, violencia contenida y lujo ostentosamente visible, es donde arranca 'Black Rabbit’. Justo después da un salto atrás en el tiempo para intentar explicar al espectador cómo han llegado sus protagonistas a esa situación, a ese clímax que después se hace de rogar capítulo tras capítulo. No es ese el único salto temporal, porque la serie está salpicada de flashbacks desordenados a través de los cuales se va construyendo la relación de Jake y Vince, alias, hermano de éxito y hermano fracasado. Juntos fundaron el Black Rabbit, pero Vince se quedó en el camino y ahora, amenaza de un prestamista mediante, ha vuelto al escenario. Vuelve para pedir a ayuda a su hermano justo cuando este ha alcanzado el éxito profesional -en lo personal no tanto- y juntos acaban abocados a una espiral de caos, violencia y deudas.

La serie, que cuenta con Nueva York como escenario para disfrute visual del espectador, hace malabares para aunar en un mismo guion temas como la ambición, el ego, la tibieza (si no miseria) moral y el dinero como motor del ser humano y el mundo con la relación de hermanos y la lealtad como pegamento de todo eso. Porque la gran pregunta que plantea ‘Black Rabbit’ es ¿hasta dónde llegarías para salvar a tu hermano del hoyo en el que él solo se ha metido? La suerte de la serie es que Baylin y Susman construyen un universo hiperpoblado de personajes secundarios que les sirven para añadir más ingredientes aún, como, por ejemplo, la traición, el uso de la violencia y las amenazas como coacción y hasta un #MeToo a pequeña escala que denuncia los silencios cómplices y las miradas a otro lado. Mucho para una sola serie, podría decirse. Un abarcar demasiado que podría haberle pasado factura de no ser por los dos actores a los mandos del reparto. Jude Law, para sorpresa de nadie, conjuga en un mismo rostro la capacidad de seducir y la de inquietar, la de ser alguien con un magnetismo avasallador y al mismo tiempo repeler. Y Bateman, consagrado hace tiempo, encarna a la perfección a este tipo condenado a la mala suerte (aunque él mismo se la haya buscado) que, pese a todo, consigue despertar cierta simpatía a su alrededor. Aunque solo sea por pura lástima ante su desgracia.

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