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Crítica
‘El conde de Montecristo’ atrapa la esencia de la obra de Dumas entre la aventura y la emoción
De la Patellière y Delaport, responsables de la reciente adaptación en dos partes de 'Los mosqueteros', convierten a Pierre Niney en un perfecto Edmond Dantès

Corren buenos tiempos para los amantes del género de aventuras y, más concretamente, para los fans de aquellas nacidas de las páginas firmadas por Alejandro Dumas. Tras la reciente adaptación de ‘Los mosqueteros’ en dos partes –una primera centrada en D’Artagnan y una segunda con el foco puesto en Milady de Winter– los responsables del guion de ambas, Alexandre de la Patellière y Matthieu Delaport, han vuelto de nuevo a la carga con otra igualmente acertada visión de la obra de uno de los escritores franceses de mayor fama mundial. ‘El conde de Montecristo’, estrenada a finales de junio en Francia –donde superó los 38M€ de recaudación–, aterriza este viernes en las salas españolas con la distribución de Beta Fiction Spain y Youplanet Pictures y se presenta como un thriller de amor, venganza y aventuras con aires de superproducción.
De la Patellière y Delaport demuestran una vez más su dominio de la obra de Dumas traduciendo en poderosas imágenes el texto publicado en 1844 y contando, de manera tan atractiva como certera, una historia de sobra conocida para el gran público. A estas alturas, ¿quién no se sabe la historia de Edmond Dantès? Es parte del imaginario colectivo y de mención recurrente cuando de personajes vengativos se trata. Sin embargo, lo que se cuenta en ‘El conde de Montecristo’, tanto en la novela como en la película, es mucho más que eso. La de Dàntes es una historia de injusticias, de envidias, de celos, de aventuras… pero, sobre todo, de un gran amor. El de Edmond y Mercedes. De eso y de cómo ese sentimiento, eclipsado por las ansias de venganza del primero durante buena parte de la trama, propicia el desenlace.
En sus casi tres horas de duración ‘El donde de Montecristo’ vuela y marcha a buen ritmo. No sobra ni un minuto y cada escena se antoja necesaria para construir una obra que aprovecha a su favor el poder de la imagen cinematográfica, los movimientos de cámara y el lenguaje audiovisual –qué gusto da cuando se usa bien la elipsis para agilizar e imprimir ritmo y, aún así, no se pierde información relevante–. El resultado es una película donde el entretenimiento prevalece sin perder de vista un desarrollo de personajes que se toma su tiempo para explorar las motivaciones y los porqués de cada uno.
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