Crítica
Algo se muere en el alma de la fantástica dramedia negra de Martin McDonagh
La película con Colin Farell y Brendan Gleeson, recién estrenada en España, es la principal alternativa a 'Todo a la vez en todas partes' en la temporada de premios

“Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va”. En la cuarta película de Martin McDonagh (Londres, 1970) no hay espacio para la alegría y la nostalgia de la estrofa más famosa de ‘El Adiós’, la canción del grupo de sevillanas Amigos de Gines que lamentaba el fin de una amistad. Aquí no es la muerte la que desune los caminos de dos amigos de toda la vida como Pádraic (Colin Farrell) y Colm (Brendan Gleeson), sino la demoledora conclusión a la que llega uno de ellos para justificar por qué ya no quiere compartir su tiempo libre con el otro: “ya no me caes bien”.
A lo largo de su historia, el cine nos ha dejado numerosas obras maestras sobre la amistad (‘Cuenta conmigo’, ‘Thelma & Louise’, ‘E.T. El Extraterrestre’ y ‘Cadena perpetua’ vienen a la mente), pero son pocos los autores que se han atrevido a explorar lo que pasa cuando son dos amigos los que ponen tierra de por medio de forma voluntaria. ‘Almas en pena de Inisherin’ se une a ese grupo de películas mayúsculas sobre el tema, aunque lo haga desde un lugar sorprendentemente amargo y desolador.
La razón por la que esta dramedia tiene el eco y las hechuras del gran cine, que no deja de crecer cuando abandonas la sala, es por las múltiples lecturas que incluye en su último trabajo un elocuente y preciso escritor que se forjó en las bambalinas del teatro antes de dar el salto al cine, donde McDonagh se ha prodigado con cuentagotas desde su debut con ‘Escondidos en Brujas’, protagonizada también por Farrell y Gleeson.

La gran alternativa a ‘Todo a la vez en todas partes’ en la carrera al Oscar funciona al mismo tiempo como relato sobre el fin de la relación de dos viejos amigos que viven en una remota isla de Irlanda en la que no se puede hacer mucho más que beber hasta quedarse inconsciente, y como una perfecta metáfora de la desazón que ha dejado a su paso la histórica contienda que ha enfrentando a Irlanda con el Reino Unido y, aún más importante si cabe, Irlanda contra sí misma. No es casual que el director y guionista haya decidido ambientar la historia en 1923, con la guerra entre dos viejos aliados y ahora enemigos como telón de fondo.
La importancia del contexto histórico
Aunque no sea fundamental para entender y disfrutar la película, el contexto es importante: la guerra de independencia irlandesa surgió en respuesta a la larga historia de violencia y tensión que creaban entre los locales unos británicos que habían extendido a sus vecinos más inmediatos sus ansias imperialistas. La solución de crear un estado libre que, sin embargo, siguiera vinculado a efectos prácticos con el Reino Unido causó una división traumática en la sociedad de la época, situando a un lado a los pragmáticos que querían que el enfrentamiento con los ingleses terminara y al otro a los que exigían la escisión total de sus opresores, costara lo que costara. El resultado fue una guerra civil que enfrentó a soldados del mismo bando, viejos amigos que durante casi todas sus vidas habían vivido con sus ahora rivales como hermanos de armas. Esa tragedia está en el centro de una película que evita los subrayados y que permite que sea el propio espectador el que ate cabos.
Lo que sí hace McDonagh es regalarle a sus actores un vehículo de lucimiento que está a la altura de ‘Tres anuncios en las afueras’, una dramedia negra que recibió dos Oscar de interpretación para Frances McDormand y Sam Rockwell. Colin Farrell y Brendan Gleeson exprimen los fascinantes duelos dialécticos entre un hombre aparentemente ingenuo e inofensivo y el errático amigo que se ha hartado de una vez por todas de escuchar sus tonterías. Después de demostrar al mundo con ‘Escondidos en Brujas’ que Farrell era más que el enésimo intento de Hollywood de crear una estrella de la nada, en ‘Almas en pena de Inisherin’ le regala un personaje inolvidable y lleno de matices. El actor de ‘Despidiendo a Yang’ (su otra gran interpretación del 2022, en un registro completamente diferente) captura sutilmente la naturaleza simple y potencialmente irritante de Pádraic, pero al mismo tiempo refleja la desolación y la incomprensión que deja en él la decisión repentina e irreversible de su amigo. En una película plagada de diálogos memorables, son los silencios los que cuentan más del descenso a los infiernos del personaje.

Aunque la relación entre Pádraic y Colm ocupa el centro del relato, todos los elementos que orbitan a su alrededor brillan con luz propia, empezando por secundarios como Kerry Condon (el único foco de esperanza en la historia, condenada a irse si quiere seguir adelante con su vida) y Barry Kheogan (aportando humanidad al arquetipo de “tonto del pueblo” que tanto y tan bien ha poblado cierto cine de época), aunque el guion deja momentos de lucimiento y, sobre todo, enriquecimiento del universo a todos los habitantes de esa aldea en constante depresión.
Con ‘Almas en pena de Inisherin’, McDonagh da otro paso adelante en lo formal (sobresalen la elegante fotografía de Ben Davis -usando de forma inteligente las famosas nieblas de Irlanda para hablar del estado de los personajes- y la melancólica composición de un Carter Burwell que hace tiempo dejó de ser solo el compositor habitual de los hermanos Coen), pero también en lo narrativo. La estridencia y la brocha gorda que aparecía ocasionalmente en ‘Tres anuncios en las afueras’ deja paso a la madurez como narrador visual y tonal de un artista que hasta ahora había brillado, sobre todo, en el uso de la palabra y la dirección de actores. Que no tengamos que esperar cinco años para ver su siguiente película, por favor.
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