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CRÍTICA

'Els encantats', una película muy conmovedora que va siempre un paso por detrás de Laia Costa

El tercer largometraje de ficción de Elena Trapé -ganadora de la Biznaga de Oro en 2018 con 'Las distancias'- regresa a la competición del Festival de Málaga

Málaga·Actualizado: 12.03.2023 - 10:40
Los actores Laia Costa y Pep Cruz, en una escena de la película 'Els encantats', de Elena Trapé
Los actores Laia Costa y Pep Cruz, en una escena de la película 'Els encantats', de Elena Trapé · Fotografía: Coming Soon Films

La irrupción de toda una nueva generación de directoras en el cine español durante la última década -culminada por el Oso de Oro de Carla Simón el año pasado- no solo ha supuesto una buena noticia para la industria en términos de igualdad. También ha tenido una consecuencia directa en los temas de las películas que acaban llegando a los festivales, a los premios y al público. Ese 2022 de gloria al que aludíamos nos trajo, por ejemplo, la maternidad no normativa de ‘Cinco lobitos’ -de la mano de Alauda Ruiz de Azúa-, la mirada punky al bullying de ‘Cerdita’ -con Carlota Pereda- o el feminismo místico y arraigado en la tradición de ‘El agua’, el debut de Elena López Riera. También cabe recordar a Pilar Palomero con su retrato asombrado de la infancia en ‘Las niñas’ (2020) o a Elena Trapé con su aproximación al desarraigo en ‘Las distancias’ (2018).

La directora catalana, que ganó la Biznaga de Oro hace un lustro, regresa este domingo a la competición malagueña con ‘Els encantats’, que bien podría formar parte de un díptico con ‘Cinco lobitos’, y que continúa avanzando por el camino de esos temas que han aparecido en el panorama audiovisual de la mano de las mujeres millenials. La Irene que compone la actriz Laia Costa -heredera sentimental de la Amaia que le acaba de reportar su primer Goya- es una madre profundamente contemporánea que se enfrenta a un divorcio -no sabemos si legal- de su pareja, del padre de su pequeña hija, en términos relativamente pacíficos… pero muy turbulentos en un segundo plano, el que va por dentro. La insoportable separación de su pequeña, que se marcha con su padre por primera vez desde la separación, provoca la huida física y mental de Irene a su casa en la montaña, en el pueblo de Antist.

Laia Costa se ha convertido en una de las grandes actrices de nuestro tiempo, precisa y contundente en el gesto, en la mirada y en la palabra

Y la película gira en torno a esa huida, y a la culpa que siente Irene por no asimilar la nueva situación con rapidez: debe aprender a estar separada temporalmente de su hija, a construir su nueva vida sin mirar el móvil cada 10 segundos, a perderse [sin remordimientos] la primera vez que la pequeña monta en bicicleta, a no ser solamente madre a tiempo completo. Ese camino doloroso es el que encarna con solidez Laia Costa, que se ha convertido en una de las grandes actrices de nuestro tiempo, precisa y contundente en el gesto, en la mirada y en la palabra. Pared para el alivio cómico del siempre eficaz Daniel Pérez Prada -qué poco lo vemos en el cine y cómo lo echamos de menos-, en el papel de ese chico que Irene está conociendo en un intento de recomponerse. Tierna con el personaje de Pep Cruz, una figura paterna putativa, oso amoroso y alma del pueblo pirenaico. Y cómplice con su amiga, interpretada por Aina Clotet, que es pura verdad -como siempre- en cada línea de diálogo.

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