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Crítica

‘Lee’, un biopic clásico con Kate Winslet que no pontifica sobre los horrores de la guerra

El biopic de Ellen Kuras dedicado a la fotoperiodista Lee Miller, proyectado en el Festival de Toronto, compra todos los números para una nominación al Oscar

Toronto·Actualizado: 11.09.2023 - 04:02
Primera imagen de Kate Winslet en 'Lee'
Primera imagen de Kate Winslet en 'Lee' · Fotografía: Vogue Films

‘Lee’ no pretende ser nada más (y nada menos) que un biopic. Como tal y sin ninguna intención de innovar, la película de Ellen Kuras tratará de explicar de la forma más eficaz posible la evolución y relevancia de Lee Miller, una de las cronistas de guerra más importantes del siglo pasado y una de las ópticas más generosas sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué aprender de ella, qué tomar y qué cuestionar? La película empieza por el principio: con Antony Penrose, autor del libro ‘The Lives of Lee Miller’, sentado delante de la protagonista (tranquila y canosa, retirada), dispuesto a que le cuente su historia… La historia, al fin y al cabo, de cómo el siglo XX empezó a vislumbrar y comprender los demonios que había creado.

Quizás el clasicismo sea el único camino posible para el guion de Liz Hannah (‘Los archivos del Pentágono’), John Collee (‘Master and Commander’) y la debutante Marion Hume. Nos disponemos a sentarnos y escuchar a la fotógrafa, encarnada por la oscarizada Kate Winslet, hasta que corran los créditos finales: ‘Lee’ la encuentra de vacaciones por el Sur de Francia, en 1938, relajada junto a una bohemia dorada que cree poder parar el nazismo con la creación por bandera. Es una idea propia de la triste inocencia continental, encarnada por los rostros más icónicos del cine europeo: Marion Cotillard y Noémie Merlant (las amigas de la élite más desinhibida) y Alexander Skarsgård, que en la ficción se convertirá en la pareja de Miller, Roland Penrose.

Al principio de la guerra Lee es una mujer curiosa y firme, casi al borde de la crueldad: alguien que afirma no querer ser el centro de atención porque está segura de que ya lo es. Será durante el transcurso de los años, hasta el final del conflicto, cuando la fotógrafa se descubra frágil y, por ende, valiente (en definitiva, humana). Entre medias, la politèsse que la había salvaguardado se ve puesta en duda. La curiosidad llevará a la fotógrafa a apuntarse a trabajar para la Vogue británica, editada por la mano sabia de Audrey Withers (Andrea Riseborough) como corresponsal de guerra junto a quien fuera único gran amigo, David E. Scherman (Andy Samberg). La relación con Scherman, marcada por el deseo frustrado de él –un deseo no correspondido y que apenas intuimos–, cae indiscutible junto con todo lo que nunca llegarán a decirse.

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