TRIBUNA

Los dos grandes problemas de las ceremonias de premios de cine que las desconectan del siglo XXI

Las galas de premios del audiovisual, desde los Oscar a cualquier festival de cualquier pueblo de España, adolecen de los mismos males endémicos

Madrid·Actualizado: 07.02.2024 - 05:51
El equipo de '20.000 especies de abejas' recoge el Feroz a la Mejor Película dramática en la gala de 2024
El equipo de '20.000 especies de abejas' recoge el Feroz a la Mejor Película dramática en la gala de 2024 · Fotografía: Santiago Píxel / Premios Feroz

De entre todos los problemas del primer mundo de los que podríamos hablar en un medio como Kinótico, especializado en la información sobre la industria audiovisual, hoy hemos escogido este: el formato de las galas de premios. Comienzo con una premisa para enmarcar todo lo que viene a continuación. Una premisa en forma de confesión. Me gustan las galas de premios. Las disfruto, son la culminación de muchos meses de análisis y entrevistas, y por tanto son esencialmente interesantes para mí y para mi trabajo. ¿Pero lo son para todo el mundo? Es más, ¿lo son para aquellas y aquellos que teóricamente son los destinatarios de su celebración? Este es el punto de partida para el análisis. ¿Para quién se celebran las galas de premios? Claro, uno puede pensar que son eventos que se organizan de cara al mismo colectivo que entrega las estatuillas... pero eso no es exactamente así. O solo es parcialmente así. Vamos paso a paso y comprobemos si llegamos a alguna conclusión.

Las ceremonias de entrega de premios más conocidas del mundo se podrían dividir en tres tipos: las que organizan las academias (que reúnen a toda la industria cinematográfica o audiovisual de un territorio, como los Oscar o los Goya de Sigourney Weaver), las que entregan los colectivos profesionales (periodistas, guionistas, actores, de los Globos de Oro a los Feroz) o las que coronan los festivales (desde Cannes a Tarazona). Y todas ellas tienen en común que... sí, son eventos organizados -y votados- por los mismos grupos humanos de los que emergen los premiados, y por tanto esos grupos humanos son sus primeros destinatarios, pero también que su objetivo final es que el público que las ve (generalmente a través de una retransmisión televisiva u online)... acabe enamorándose de las películas y las series nominadas y premiadas. Que acabe, en definitiva, yendo a un cine a comprar una entrada o suscribiéndose a una plataforma. Así que la mirada de quien organiza una gala debe ser doble: hacia quien se sienta en la platea... y hacia quien la ve desde su casa.

"La mirada de quien organiza una gala debe ser doble: hacia quien se sienta en la platea... y hacia quien la ve desde su casa"

Aquí llegamos al meollo de la cuestión. La mirada hacia quien promueve la propia gala, por cercanía casi geográfica, está muy presente en su organización. Quien reparte premios intenta que todas las disciplinas artísticas y técnicas estén representadas, que todo el mundo tenga tiempo para hacer un discurso, que los anfitriones se sientan cómodos. Son asuntos esenciales para ese grupo humano. Y sin embargo, la mirada hacia el público de casa es en ocasiones cosmética, casi infantil: simplificando mucho, metamos en la escaleta unas cuantas actuaciones musicales y algún "entregador" muy famoso para que la audiencia "reconozca a alguien". Y esta condescendencia se combina con una concepción obsoleta de la publicidad televisiva. Porque los espectadores se están enfrentando a galas de tres horas de duración que arrancan a las 10 de la noche, muchas veces en vísperas de jornadas laborables.

Un 'prime time' antiguo y trasnochado

De esto, hay que reconocerlo, solo tienen culpa parcialmente los organizadores de los premios. Las cadenas de televisión, que en ocasiones ayudan a difundir las ceremonias -si no las producen técnicamente al completo- viven amarradas a un 'prime time' antiguo y trasnochado (nunca mejor dicho), que ni responde a los ritmos de vida del siglo XXI ni a las necesidades de una industria audiovisual que necesita que su público conozca más y mejor la cosecha del año. El premio a la Mejor Película en los Carmen y en los Gaudí, yendo simplemente a este último fin de semana, se entregó pasada la una de la madrugada en ambas galas. Es inconcebible. La sociedad norteamericana y la española tienen muchas diferencias, y una de ellas gira en torno al reloj: las grandes galas en Estados Unidos comienzan en torno a las 8 de la tarde (hora de Nueva York, tres horas antes en Los Ángeles). A las 11 de la noche todo el mundo en la cama. O donde sea, pero a gala terminada.

Por tanto son dos los grandes problemas de las ceremonias de premios: uno su duración y otro su hora de arranque. La solución al segundo es parte de una reflexión general sobre la jornada laboral en España, sobre las audiencias televisivas y nuestros hábitos vitales. ¿Por qué no es el cine una industria pionera y decide que sus galas comiencen, como muy tarde, a las 9 de la noche? ¡Las 8 deberían ser el objetivo! La solución al primero de los problemas, al de la duración, es un trago amargo para las academias. Es imposible pretender ofrecer al público una gala ágil, corta y que se centre en las películas si esta gala incluye los premios más técnicos. No somos en Kinótico sospechosos de despreciar la dirección de producción, el sonido o los cortometrajes, pero quizá estos galardones deberían ser reconocidos en otros formatos o en otros foros. No aportan al objetivo principal. Son el elefante en la habitación del que nadie quiere hablar. Porque eso de hacer entender a los actores que una gala televisada quizá no es el lugar para dar las gracias a su tía, sino para emitir un mensaje potente sobre su película que engatuse al público... parece una batalla perdida.

"Es imposible pretender ofrecer al público una gala ágil, corta y que se centre en las películas si esta gala incluye los premios más técnicos"

Los Premios Goya, que este sábado celebran en Valladolid su edición número 38, presumen -y con razón- de que la audiencia no les ha abandonado. Con el paso de los años se han convertido en la gran excepción de su especie y mantienen un muy buen share televisivo (casi un 24% en 2023). Demuestran, sí, que los máximos galardones del cine español interesan al público... pero algo no tiene que ir muy mal para irlo modificando y adaptando hacia el futuro. La cultura audiovisual de las nuevas generaciones está cambiado a pasos agigantados (ventana de atención más corta, formatos más breves) y el objetivo que venimos reiterando durante todo el artículo -que el público vaya a las salas a ver las películas nominadas- está costando muchísimo después de la pandemia. Quizá quienes organizan galas de premios deban pensar también en el futuro, y no solo en asegurar la viabilidad económica de la edición que tienen entre manos. Porque es un eslabón delicado, frágil y muy cercano al público... que no nos convendría que se rompiera.

También te puede interesar