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VIDEOCOLUMNA
'La homilía' de Pedro Vallín. Del duelo y la industria del sentido
La psicologización de las sociedades occidentales, como vemos en ‘Amour’, de Michael Heneke, ha llevado a un falseamiento de la muerte en el que el finado es desplazado al predicado por los nuevos sujetos de la pérdida: los herederos.
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Uno de los asuntos narrativos favoritos de la cultura culta es obviamente la muerte. Pero, como vimos la semana pasada, la muerte es el horizonte de eventos por definición: de ella nada regresa luego nada puede ser dicho. Por eso las convenciones narrativas al uso son dos: narrar el proceso hasta el morir o centrar el relato en los que no se van, los deudos. Es decir, narrar el viaje mientras puede ser filmado o cambiar el sujeto de la narración y retratar, no el morir, sino el ver morir y el vivir la ausencia.
Una de las mayores estafas narrativas que el cine ha conocido, 'Amour', del inefable Michael Haneke, trataba con extraordinaria delicadeza ese viaje hasta el umbral en el que un anciano, George (Jean-Louis Trintignant), acompaña la declinación y acabamiento de su esposa Anne (Enmanuelle Riva), para desbaratar todo lo que la propia película postula durante dos horas en un final truculento cuyo único sentido es estremecer al espectador.
El filme aborda un asunto antropológico central, la dialéctica entre el mito moderno del “yo sintiente profundo” y las formas premodernas de gestión de la pérdida, más ritualizadas, menos psicologizadas y sobre todo menos excepcionales. Es decir, el tránsito cultural que alumbró la modernidad: de la muerte como un suceso triste y cotidiano a la muerte como un acontecimiento trágico, injusto, que nos subleva. Hemos hablado mucho aquí de cómo, en la modernidad, cada vida pasó a ser una totalidad de lo bello y lo digno, lo que explica que su finalización, aún cuando se produzca tras vida larga y fecunda, haya subido tantos grados en la escala del drama.
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