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VIDEOCOLUMNA

'La homilía' de Vallín. Obrar bien y otras formas del mal absoluto

Cuando Star Trek dio el salto al cine halló el villano perfecto, el viajero que no puede regresar, ‘V’Ger’, el emisario que enviamos a dios y que vuelve para buscarnos

Madrid·
Publicado:

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El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía'
El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía' · Fotografía: KINÓTICO

Traspasar el confín o volver a casa, ascender o descender, trascender o habitar este mundo… Hemos hablado mucho estas semanas sobre cómo el horizonte de eventos y nuestra posición ante él describe el tránsito a la modernidad. Y veíamos, en la estupenda 'Horizonte final' (1997), de Paul W. S. Anderson, que el peregrino que regresa tras haber violado esa frontera es otro. El viaje es siempre un tropo transformador, pero damos por supuesto que esa transformación es un progreso virtuoso, un tránsito de madurez, cuando la narrativa lleva siglos avisando de que no siempre es así. Porque el explorador al internarse en lo desconocido, se transmuta en lo que pretendía combatir o descubrir, o en todo caso eso extraño habita para siempre en él y convierte al regresado en temible.

Esto nos ha dado villanos verdaderamente hermosos y héroes trágicos. Quizá uno de los más audaces es el que aparece en el primer largometraje cinematográfico de la serie de Gene Roddenberry, 'Star Trek: la película' (1979), dirigida por el gran Robert Wise, con un guion firmado por dos artesanos de la escritura: Alan Dean Foster y Harold Livingston. El libreto se basaba a su vez, en un tratamiento que ambos escritores habían presentado a Roddenberry, titulado 'In Thy Image', un título muy revelador: “A tu imagen”. Resumiendo la historia, con todo y spoilers, una amenaza aleinígena llamada V’Ger se aproxima a la Tierra: una entidad de energía e inteligencia descomunales que desintegra todo a su paso. La tripulación del Enterprise (nuestro adorado submarino con gente en esquijama), en su clásico rol consular, parte a interceptarla. La sorpresa es que esa entidad, V’Ger, no es una criatura, sino la vieja sonda Voyager 6, enviada desde la Tierra siglos atrás. En su odisea cósmica (aquí sí hay viaje homérico, no como en '2001…' de Kubrick y Clarke) halla una civilización de máquinas conscientes que la reparan y la empujan a cumplir su propósito original: “Recolectar todo el conocimiento posible y regresar al Creador”.

Por supuesto, al regresar, V’Ger encuentra a un Creador decepcionante. Nos considera biológicamente imperfectos, incapaces de seguir su lógica y busca, entonces, fusionarse con un ser humano para trascender ambas naturalezas. No quiere destruir, quiere completarse, su hostilidad no es maldad, sino una demanda de reciprocidad. Es lo que podíamos llamar “el villano justo”. El malvado clásico quiere ganar, someter y poseer porque tiene pasiones humanas, pero el “villano justo” —como V’Ger o HAL9000— es una máquina moral sin alma, una lógica sin flexibilidad y su maldad es no saber detenerse, no por sadismo, sino por perfección. La idea, en realidad, procede de una leyenda religiosa que aparece en el 'Libro de Job' del 'Antiguo Testamento': Satán aún no es el Diablo, es el fiscal de Dios, que quiere someter a los humanos a pruebas de perfección.

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