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Crítica

'The testament of Ann Lee', una rareza musical folk condenada al culto y la división con una celestial Amanda Seyfried

Mona Fastvold lleva al cine por primera vez la historia de ascenso y caída de la líder de los Shakers, una secta religiosa que se asentó en Estados Unidos en el siglo XVII

Venecia·
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Amanda Seyfried, en un fotograma de 'The testament of Ann Lee', de Mona Fastvold
Amanda Seyfried, en un fotograma de 'The testament of Ann Lee', de Mona Fastvold · Fotografía: Festival de Venecia

Hace exactamente un año cayó una bomba en Venecia que nadie esperaba. ‘The brutalist’ se convertía en la gran sensación de la edición gracias a la historia inventada de un visionario arquitecto que escapó de los horrores del nazismo en Europa para caer rendido en las garras del capitalismo estadounidense. En 2025 ha llegado el turno de Mona Fastvold, pareja y socia creativa de Brady Corbet, una vieja conocida de la Mostra que ya compitió por el León de Oro en la edición de la pandemia con ‘El mundo que viene’. Gracias a una Amanda Seyfried comprometida hasta el final de las consecuencias y una propuesta artística y técnica de la que es imposible apartar la mirada, por inédita e inquietante. Así es como ‘The testament of Ann Lee’ emerge como una magnética rareza condenada a la división y el estatus de culto. Ese es el terreno en el que se mueve una película que protagonizó tantos aplausos como abandonos en su primera proyección en su premiere mundial en el Lido.

‘The testament of Ann Lee’ explora la misteriosa figura de una mujer que emigró a Estados Unidos en 1774 con la esperanza de evangelizar a un país que todavía estaba forjando su identidad. Aprovechando el momento de revitalización de la Iglesia Evangélica en su Inglaterra natal, Ann Lee se erigió como la líder de los Shaker, una de las sociedades utópicas más grandes de la historia de Estados Unidos, bautizada tras su muerte como la Sociedad Unida de Creyentes en la segunda Aparición de Cristo. Los seguidores manifiestan sus creencias y su devoción a través del canto y el baile. Fastvold ofrece en su tercera película, una aproximación tan fascinación como irregular, una reimaginación en clave de musical folk de una historia real que, por increíble que parezca, nunca ha sido llevada al cine (ni parodiada por Los Simpson, el verdadero test para comprobar el impacto popular de un episodio de la historia de Estados Unidos). Ann Lee, como tantas otras mujeres pioneras del pasado, había quedado reducida a una anécdota. Hasta ahora.

¿Qué pasaría si Jesucristo fuera una mujer? ¿Y si viviera en América? ¿Y si mezcláramos la imaginería visual de Robert Eggers en ‘La bruja’ con un repertorio musical inspirado en los cantos religiosos y donde no desencajaría Florence Welch? Esas son algunas de las preguntas que lanza una propuesta que está destinada a ser mejor entendida y recibida en Estados Unidos que en una Europa (y particularmente una España) de tradición y costumbres católicas. Uno de los dogmas principales de los Shaker radica en su relación con la sexualidad, algo inspirado en las traumáticas experiencias de su líder. Después de que sus cuatro bebés perdieran la vida antes de cumplir un año, Ann Lee abrazó el radicalismo y creó un movimiento religioso que defendía, además de la igualdad entre hombres y mujeres, que el sexo solo debía quedar reservado para los actos sexuales matrimoniales que estuvieran destinados a la procreación. Hay una razón por la que Lee y sus seguidores deciden subirse a un barco y hacer las Américas para encontrar el hogar adecuado a su fe. Estados Unidos, el país en el que más han proliferado las sectas y que tiene una relación más compleja con el sexo, era el lugar ideal para experimentar con una religión que dejó huella en la traumatizada y traumática sociedad estadounidense durante muchos años después de su muerte.

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