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Crítica | Festival de Venecia

'The brutalist' emociona con un despliegue de cine en estado puro

Un maduro Brady Corbet recupera las mejores formas de la modernidad europea en su falsa biografía del genio de la arquitectura, con un inspirado Adrien Brody

Venecia·Actualizado: 01.09.2024 - 12:59
Fotograma de la película 'The brutalist'. protagonizada por Adrien Brody y Felicity Jones
Fotograma de la película 'The brutalist'. protagonizada por Adrien Brody y Felicity Jones · Fotografía: Festival de Venecia

Creo que en mis cinco años cubriendo el Festival de Venecia no había visto nunca un pase de prensa tan unánimemente entregado. El domingo, la Darsena gozó en grande con la película menos probable, ‘The brutalist’, las tres horas cuarenta de Brady Corbet sobre la espiral de ambición y declive de un genio de la arquitectura. Qué gratísima sorpresa. Adrien Brody se enfunda en las pieles del ficticio László Toth, un reconocido arquitecto húngaro (brutalista, claro) que emigra a Estados Unidos después de que su vida y su obra hayan sido destruidas por la Segunda Guerra Mundial.

Partida en dos lustros, ‘The brutalist’ documenta la década que este Pigmalión judío vive a merced de un mecenas imposiblemente rico y caprichoso, Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), quien le encarga un proyecto colosal que acabará por enterrarlos. La película que Corbet escribe junto a Mona Fastvold, su pareja y colaboradora habitual, recoge el espíritu de los ‘Pozos de ambición’ de Paul Thomas Anderson en tanto que nos sumerge sin moraleja ni escapatoria dentro del fascinante estómago del sueño americano: un espacio donde las ilusiones sí se cumplen, solo para luego descubrirse pesadillas. Una civilización que en su estupidez e impaciencia devora a sus propias criaturas.

Tres horas cuarenta, con intermedio, y una palestra de periodistas entusiasmados es una combinación que apunta al desastre, especialmente cuando las dos primeras películas de Brady Corbet (‘La infancia de un líder’, la madre de ‘La zona de interés’, y ‘Vox Lux’, la hija de ‘Cisne negro’ y ‘Nitram’) nacen en un registro tan serio, tan intenso, tan capital, que raspa la ironía. Paréntesis: de hecho, László Toth es el nombre del geólogo húngaro real que destrozó Piedad de Miguel Ángel en 1972, pero esta parece la única ocurrencia metafórica para un biopic en el fondo muy clásico.

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