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Crítica | Festival de Venecia
Pablo Larraín firma con ‘El conde’ una meticulosa salvajada sobre el legado de Pinochet
El director chileno compite por el León de Oro en la 80° edición de la Mostra de Venecia con una inteligentísima arma de destrucción masiva

El rugido de Pablo Larraín, el reciente, tenía que ser más contundente, furibundo, inabarcable, ensordecedor. Con ‘El conde’, el chileno firma una meticulosa salvajada, recurriendo a una ironía que desconcierta y entusiasma, a un humor envuelto en sátira que desarma y apunta directo allí donde más duele a quienes se sientan aludidos, claro está. Estamos frente a una inteligentísima arma de destrucción masiva, elaborada con esmero, fineza y mucha mala leche -de la buena-, esta vez con recursos del cine de género para abordar un tema recurrente en la filmografía de Larraín: la impunidad.
Alcanzada una evidente madurez en la dirección, a Larraín ya poco le queda por demostrar. Con ‘El conde’ va a por todas, tanto en lo referente a la historia como en las formas. Finalmente le pone cuerpo a Augusto Pinochet, el sangriento dictador de Chile durante dos décadas, aún pululante con su inmensurable impronta y su pezuña envenenada; un personaje insinuado, nombrado mas no visto en las cintas anteriores de Larraín, ‘Tony Manero’, ‘Post Mortem’, ‘No’, como una sombra larga y oscura, el detonador y motivador de podredumbre y muertes. Un personaje que si no hubiera existido, difícilmente se podría concebir, el máximo representante de la impunidad ya que en 2006 murió siendo senador vitalicio y sin enfrentarse a la justicia de un país en supuesta democracia.
No pudo ser más acertado que a Pablo Larraín y a Guillermo Calderón, coguionista y colaborador en varias de sus películas, se les ocurriera que en esta historia de vampiros y vampirismos, de eternidades, de exorcismo, de fe ciega, de desmesurada codicia y de otras miserias humanas, Pinochet fuera un vampiro que, tras vivir vorazmente 250 años, albergue el deseo de morir. La naturaleza de los vampiros, como la de Pinochet, no solo es la eternidad, sino también la impunidad de sus actos.
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