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Crítica | Series

En la segunda temporada de 'La casa del dragón' huele a quemado y sangre y la culpa es masculina

Max estrena este lunes la segunda temporada de 'La casa del dragón', que hace unos días confirmó, como se esperaba, que habrá una tercera entrega

Madrid·Actualizado: 17.06.2024 - 04:43
Fotograma de la segunda temporada de 'La casa del dragón', con Emma D’Arcy
Fotograma de la segunda temporada de 'La casa del dragón', con Emma D’Arcy · Fotografía: Max

La segunda temporada de la ‘La casa del dragón’, como lo era la primera, sigue siendo la hermana pequeña de ‘Juego de tronos’. Y esto, que no se ofenda nadie aún, no es negativo. Después de todo, no conviene olvidar que a la primera adaptación de la obra de George R. R. Martin le costó un tiempo arrancar, coger vuelo y convertirse en la serie que ahora todos recordamos. Además, la cocreada por Ryan Condal es mucho más específica y su abanico de personajes carismáticos es algo más reducido. El spin-off de los Targaryen es café para muy cafeteros. Traducido al mundo seriéfilo: para fans muy fans de los Siete Reinos y, también, para quienes gozan de las intrigas palaciegas, la política a pequeña y gran escala, las tragedias familiares y, claro, los dragones. En esta nueva tanda de episodios, además, se empieza a oler el aroma a quemado y sangre. ‘The war is coming’, se dice en alguno de esos tres episodios vistos antes del estreno de hoy en Max. La guerra se acerca, sí, y es culpa de ellos (Daemon/Matt Smith y Aegon/Tom Glynn-Carney) y de sus decisiones en caliente. Mientras, ellas (Rhaenyra/Emma D’Arcy y Alicent/Olivia Cooke) intentan calmar los ánimos y poner algo de cordura.

En el centro de todo, como manda la literatura de Martin, lo que está en juego es el Trono de Hierro. Ese del que Rhaenyra se considera legítima heredera y en el que Alicent colocó a su hijo, hermanastro de la primera, que también lo considera suyo como hijo varón del rey muerto. Ninguno quiere ceder, pero hay una diferencia: las formas y los límites. Lo que muestra el arranque de esta temporada, que en solo unos pocos episodios ya ha acuñado como lema ‘the war is coming’ como su serie madre lo hizo con ‘the winter is coming’, es que el enfrentamiento que está por venir podría solucionarse (o no) si tanto el bando del Rey Aegon como el de Rhaenyra se sentasen a negociar en lugar de emponzoñar. Los primeros, porque dan alas a los delirios de su monarca, enajenado por una tragedia brutal, pero también por su carácter voluble y prepotente. Los segundos porque, hombres en su mayoría, no dejan de considerar a Rhaenyra incapaz de gobernar y tomar buenas decisiones. En su cabeza, deberían incapacitarla porque creen que el asesinato de su hijo le nubla el juicio. Sin embargo, en realidad, no es ella quien se deja llevar por la rabia y las ganas de venganza.

De eso, de tratar a las mujeres como seres de salud mental frágil y demasiado emocionales ha habido siempre mucho en los Siete Reinos. Aquí se usa desde el guion para alimentar la idea de que en medio de un clima crispado son Rhaenyra y Alicent (una más que la otra) las únicas con la cabeza suficientemente fría como para pensar en la foto completa y en lo que significará una guerra para sus territorios. La segunda temporada de ‘La casa del dragón’ insiste en esa idea. Puede que llegue el momento en el que ambas protagonistas se dejen arrastrar al camino de las armas y los dragones, pero por el momento son las únicas que buscan otra vía. Después de todo, son ellas, desde su posición de mayor o menor poder, quienes deben lidiar con las decisiones apresuradas, en caliente y desproporcionadas de su marido/tío o de su hijo, según el caso. Y no solo eso. Si no que, siendo como son decisiones tomadas sin madurarlas, las consecuencias se descontrolan hasta tal punto que ya en el capítulo tres se aprecia que la situación está tan enquistada que no hay consejero ni diplomático que pueda evitar lo inevitable.

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