Steven Soderbergh inaugura Sitges apostando alto en la meditativa e ingeniosa ‘Presence’

El terror vive la era del calcetín al revés. Desde los ángulos muertos de ‘Skinamarink’, pasando por los bosques sangrientos de ‘De naturaleza violenta’ y hasta las habitaciones vacías de ‘Presence’, el género parece haber renegado del susto para dar cabida a todo aquello que hasta el momento se había descartado, por no salpicar.

Tiempos muertos y lo de siempre, pero al contrario. El guion de David Koepp (‘Kimi’) parte de una historia de fantasmas clásica, con familia que huye de la pérdida hasta las brasas de un casoplón encantado, para retorcerla. Primero, con el muy predicado dispositivo narrativo, que explica todo desde el punto de vista del fantasma, y luego, con la inocuidad del propio espíritu, un mero observador ante la violencia que cometen entre sí los vivos; juguetes rotos tras la sombra histérica de ‘Hereditary’.

Pero si Ari Aster nos condenaba a mirar sin hacer nada, aquí Steven Soderbergh equipara su cámara a los ojos de una persona (muerta) y, con ello, convierte el propio ver en una respuesta posible, puede que la única disponible para alguien sin cuerpo. De hecho, es el “ir a ver” la acción principal que moviliza la trama, rodada –por él mismo bajo el seudónimo de Peter Andrews– bajo la forma de grandes desplazamientos persiguiendo algún ruido fuera de plano o acercándonos a algún detalle que aún podríamos distinguir mejor. Cine curioso, aniñado.