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Críticas

Yorgos Lanthimos y Emma Stone sorprenden con una versión punk y surrealista de ‘Barbie’

La nueva película del director de ‘Langosta’ compite por el León de Oro con una disección ilustrada sobre la belleza y la violencia de la vida en sociedad

Venecia·Actualizado: 01.09.2023 - 16:45
Emma Stone y Mark Ruffalo en una escena de 'Pobres criaturas'
Emma Stone y Mark Ruffalo en una escena de 'Pobres criaturas' · Fotografía: Atsushi Nishijima / Festival de Venecia

Yorgos Lanthimos parece haber abandonado la pureza cruel que destilaba cada uno de sus negrísimos tableros, desde la aplastante ‘Canino’ hasta la afilada ‘La favorita’. Aún en terreno de la farsa, ‘Pobres criaturas’ se presenta como una historia de formación más ligera, una que examina las costuras de la violencia sin por ello tener que someter al patio de butacas. Lo agradecemos: en realidad, su coming of age, adaptación de una novela de Alasdair Gray con guion de Tony McNamara (‘Cruella’), puede servirnos por compás de y reacción a los mundos dolorosos a los que él mismo nos ha volcado. Que ‘Pobres criaturas’ valga como la ‘Barbie’ de Gerwig para el panorama cinéfilo, es decir, como fábula y referente diáfano, ahora sí, muy políticamente cargado.

‘Pobres criaturas’ arranca acompañando la entrada endeble del poca-cosa Max McCandles (Ramy Youssef), aprendiz de un científico loco (Dr. Godwin Baxter, un Willem Dafoe clarividente y desfigurado) que ha sido objeto y sujeto de experimentos terribles. Él es el “padre” de Bella (Emma Stone), una suerte de robot María con cuerpo adulto y cerebro de bebé –literalmente– que aún balbucea, mastica y escupe sus primeras palabras. Ambientada en un Londres victoriano ampuloso y grotesco, el mundo de Bella y de God (así llama al doctor) es digno heredero del expresionismo de los hermanos Quay, gracias al diseño de producción de James Price y Shona Heath.

A Max McCandles, el científico le encarga vigilar a su muñeca mientras aprende a hablar y a comportarse como la persona adulta que su cuerpo alguna vez fue. Pasa que Bella pronto querrá ver más lejos del umbral del casalote. Un día conocerá a Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), perfecto farsante con aires de galán que se entrega divertido a los embates interrogativos de esta chiquita a la que está dispuesto a enamorar. Legítimamente convencida por los dedos de Duncan, Bella decide finalmente escapar con su nuevo amante y probar la aventura antes de volver al caserío de su creador. "My pussy is the temple of learning", decía Madonna. La muñeca parte lejos, aprendiendo y cuestionando el mundo de hombres e instituciones sociales que la espera allá fuera, un universo que habla demasiado, aunque no sepa responder a sus preguntas más básicas (también en el cine con la palabra hablada nació el screwball).

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