'En la alcoba del sultán', portentoso e inocente elogio formal de la luz según Rebollo

Rotas de autoconsciencia, las cartas de amor al cine están en horas bajas. Desde que a Michel Hazanavicius -casualidad, anda por Valladolid estos días- le diera por inventar la rueda una vez más en la última ola de nostalgia por el celuloide hace ya más de una década ('The Artist', estrenada en 2012), el medio vive inmerso en una depresión senil evidente. Podemos hablar de la tristeza en 'El sol del futuro' (2023) o 'Last Film Show' (2021), pero también del trauma, en 'The Fabelmans' (2022) o 'Babylon' (2022). La crisis, hecha verbo por el ansia capitalista del streaming, ha provocado que las miradas al propio cine pequen de contemporaneidad y de sesgo autoral: imposible de atajar como arte nuevo, frente a la pintura o la música, los directores se han empapado de subjetividad melancólica. Por ello, y por una factura visual espectacular obra del irrebatible Santiago Racaj, es refrescante dejarse embelesar por las virtudes de 'En la alcoba del sultán', regreso de Javier Rebollo al largometraje y, más que una carta, un libro de texto de amor al séptimo arte.

Formalmente exquisita y portentosa, la película nos lleva de la mano del intérprete francés Félix Moati hacia los primeros pasos por el mundo del cinematógrafo. Los Lumiére, convertidos en empresarios de la imagen y capitalistas del filme, se desarrollaron como colonizadores del cine allá por donde pudieron, desde lo alto de las montañas nepalíes hasta la selva amazónica. Rebollo, que firma aquí su primer largo en 12 años, rescata al protagonista de una de aquellas aventuras, un Gabriel Veyre que llegó a existir de verdad y que, entre otros muchos méritos, consta en la cinematografía de una veintena de países como la primera persona en organizar una proyección de cine dentro de sus fronteras. Así, 'En la alcoba del sultán' se convierte a la vez en revisión del canon colonial y, por supuesto, en una sedentaria película de aventuras.