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VIDEOCOLUMNA

'La homilía' de Vallín. Lo que Furiosa le diría a Dominick Cobb

La crisis de confianza de la ilusión en sí misma que 'Deadpool' convierte en cinismo se expresa en la pugna entre el cine de George Miller y el de Christopher Nolan

Madrid·Actualizado: 06.12.2024 - 06:30
El periodista Pedro Vallín, durante la octava de las ediciones de su video semanal 'La homilía'.
El periodista Pedro Vallín, durante la octava de las ediciones de su video semanal 'La homilía'. · Fotografía: KINÓTICO

Tirando del hilo de la aparente pérdida de autoestima de la fantasía, que abríamos la semana pasada, sabemos que lo que va de 'Tron' (1982) a 'Matrix' (1999), es pasar de creer que el mundo simulacro o la ficción es una ampliación de la experiencia humana, como sabe todo videojugador y como explicaba el liberalismo californiano de Flynn (Jeff Bridges), a abrazar el puritanismo marxista de Neo (Keanu Reaves) en Matrix, que postula que toda fantasía es una conspiración del capital para explotarnos sin que lo advirtamos, según las hipótesis de la relación de cultura, simulacro y espectáculo de los filósofos franceses Jean Baudrillard y Guy Debord.

Estas dialécticas de la ambivalente relación entre realidad y fantasía, que movimientos cinematográficos como el neorrealismo italiano, la nouvelle vague francesa y el cine social británico quisieron zanjar subordinando la segunda a su función política en la primera –y que el grupo Dogma 95 llevó al paroxismo exigiendo al cineasta la austeridad de un pastor protestante–, se ha ido desplegando y ramificando en los últimos cuarenta años y, como decíamos la semana pasada, ha visto convivir discursos contradictorios, como el liberal de 'La historia interminable' (1984) y el marxista de 'La rosa púrpura de El Cairo' (1985), comunión y apostasía de la imaginación, respectivamente. Pero a la larga, como expresa el tránsito de 'Tron' a 'Matrix', la hegemonía en términos de prestigio y gravedad ha ido basculando hacia el criticismo de la segunda. Si acudimos a la famosa dicotomía expresada por Umberto Eco, entre apocalípticos e integrados, van ganando los apocalípticos.

Hay pocos casos de títulos que hayan intentado abordar el asunto sin la ingenuidad pura de los liberales (los integrados) ni el cinismo abrasivo de los marxistas (los apocalípticos), y quizá uno de los más felices sea 'El último gran héroe' (1993), de John McTiernan, una película que propone moverse a uno y otro lado del velo de lo real (a uno y otro lado de la tela blanca sobre la que se proyecta la película) sin tomar partido por uno ni otro, defendiendo más bien su complementariedad. Porque las acrobacias del héroe Jack Slater en el mundo real de su gemelo Arnold Schwarzenegger se ven sometidas a reglas físicas más estrictas, pero su idealismo sigue siendo redentor. Y el niño Danny, inserto en la película de acción de Slater, proporciona con su mirada educada en el género una notable ventaja estratégica.

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