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Videocolumna
'La homilía' de Pedro Vallín. Bienvenidos a la nueva era de Blancanieves: ¿sirve para Trump?
En 2012 asistimos a tres versiones distintas de Blancanieves que ilustraban humores y amores disímiles, de Wagner, Mozart y Falla. Ninguna sirve para Trump

El cuento clásico de 'Blancanieves' sirvió en 1937 para que Disney inaugurara un género, el largometraje de animación, y maravillara al mundo, pero 75 años después nos regaló otro momento clave que debería ser material de todas las escuelas de cine: el estreno casi simultáneo de tres versiones del cuento tan disímiles en tono, ética y estética que, siendo el mismo relato, cuentan historias distintas. 'Blancanieves y el cazador', de Rupert Sanders; 'Blancanieves (Mirror, Mirror)', de Tarsem Singh; y 'Blancanieves', de Pablo Berger, muda y en blanco y negro. Es muy fácil resumir lo que las diferencia con una analogía musical: la primera es la Blancanieves de Richard Wagner, la segunda es la Blancanieves de Wolfgang Amadeus Mozart y la tercera es la Blancanieves de Manuel de Falla.
Porque toda estética es una ética. Y en el itinerario de las tres Blancanieves se contienen actitudes hacia el mundo, caracteres personales y hasta descripciones de épocas. Así, lo de Sanders es un resabio de romanticismo grave, rotundo, atormentado, entre arcos góticos, melodías de los bronces y cielos tremendos, un cuento épico de valkirias y vikingos. La de Tarsem Singh es, por el contrario, una historia vivaracha, cómica y colorista, una aproximación extravagante y ligera, de filigrana, contemplada desde el mismo bastidor de la alegría de aquella otra obra maestra del humor contagioso titulada 'La princesa prometida' dirigida por Rob Reiner y estrenada en 1987. Y en el atavismo, la tierra yerma, el quejío y la sequía de la de Berger hay muchísimo del ritual, el arraigo y la emoción de 'El amor brujo' o las 'Noches de los jardines de España'.
De modo que es el qué pero también es el cómo. La misma historia de la heredera arrojada al bosque y apartada de su legado puede ser una épica lucha por el honor y el destino, un divertido y emancipador asalto al castillo y también un atávico cuento sobre la desgracia y la insurrección de los hambrientos, de los miserables. Blancanieves puede ser monumental, ingeniosa o atávica y sigue siendo Blancanieves. Lo curioso es que las tres se estrenaran al tiempo, por lo convencional es que un cuento sea rescrito para una época. Entonces, ¿qué época era 2012 para que cupieran como pertinentes tres versiones en tan franca contradicción sobre el mismo relato? Pues eran unos años de bisagra, en los que estábamos asistiendo a un cambio de rasante en el que todo era confuso porque una época se diluía sin llegar a desaparecer mientras otra nacía sin haber acabado de conformarse. La onda expansiva del 2008 ponía fin al wagneriano periodo primisecular, el del 11-S, el 11-M y el 5-J, el de la guerra de Irak y la invasión de Afganistán, por culpa de una crisis mundial cuyos efectos devastaban Occidente, pero particularmente el sur de Europa. De ahí esa extraña convivencia.
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