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VIDEOCOLUMNA
'La homilía' de Pedro Vallín. Cierra los ojos (y escucha el mar)
Es muy posible que, como el doctor James Xavier de Roger Corman, ya lo hayamos visto todo y por tanto seamos el ser maldito para el que no cabe salvación o regreso

El viaje a los confines es irreversible y quien cruza esa frontera no hallará nada de lo que busca cuando regrese. Lo encontrará todo diferente porque quien ha cambiado es el viajero, y nadie reconoce a quien ha mirado al otro lado y ha visto lo absoluto. Lo veíamos estos días con el viaje del Voyager en 'Star Trek la película' (1979), de Robert Wise, pero es una certeza que alimenta las historias una y otra vez desde antiguo. Porque los confines son una malla contra la que rebotamos o acaso un espejo que nos devuelve nuestra imagen, como explicó Stanislav Lem en 'Solaris' y reflejaron Tarkovski y Soderberg en sus estupendas adaptaciones. El saber absoluto no nos eleva, nos pone ante nosotros mismos, sin filtros ni máscaras y esa visión transforma o destruye. El sabio-mago puede salvarse o caer: el Próspero de 'La tempestad', de Shakespeare, sabía cuándo detenerse pero su versión fantacientífica, el Morbius de 'Planeta prohibido' (1956), de Fred Wilcos, no. Ahí está la diferencia entre el alquimista del Renacimiento y el científico contemporáneo, la diferencia del Guillermo de Baskerville de Umberto Eco y Jean-Jacques Annaud en 'El nombre de la rosa' (1986), y el 'Oppenheimer' (2023) de Christopher Nolan.
'El hombre con rayos X en los ojos' (1963), dirigida por Roger Corman, termina con una escena devastadora y mítica inserta en la ciencia ficción existencial de serie B y de resonancias religiosas. El doctor James Xavier (Ray Milland), descubre un colirio para ver más allá del espectro visible, atravesando la ropa, la piel, los muros, entrando en un mundo sin secretos. Pero a medida que su visión se expande, lo que descubre no es más conocimiento sino más abismo, hasta ver estructuras cósmicas, los bastidores del universo, dimensiones que no puede comprender porque el mundo se vuelve transparente hasta dejar de existir. Es algo parecido a lo que hacemos aquí con las estructuras narrativas: miramos a través de las historias para ver sus esqueletos.
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