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VIDEOCOLUMNA
'La homilía' de Pedro Vallín. La derrota en Instagram, una pesadilla bajo la sinceridad
Aunque la conquista de la intimidad fue un triunfo del liberalismo, el derribo de sus murallas no ha sido asalto de los bárbaros, sino renuncia voluntaria a la privacidad
Decíamos estas semanas que para la cultura liberal, o lo que es lo mismo, para el Occidente posterior a la Ilustración, la división entre lo íntimo y lo social, entre el hogar y el mundo, era constitutiva de las sociedades libres. Fuera la política, el ágora, las verdades penúltimas; dentro los afectos, las creencias, las verdades últimas. Por eso, las distopías de la ciencia ficción siempre han imaginado sociedades donde un Estado totalitario arrasa con esas libertades, sustancialmente contra los afectos y las creencias. Eso vemos que les ocurre a Logan y Jessica 6 (Michael York y Jenny Aguter) en 'La fuga de Logan' (1974), de Michael Anderson; o en '1984' (1984), adaptación de Michael Radford, con la pareja formada por Winston y Julia (John Hurt y Suzanne Hamilton), o con mayor claridad aún en 'V de Vendetta' (2015), de James McTeigue, con el personaje de Gordon Dietrich (inolvidable Stephen Fry), que es detenido y ejecutado por humorista y gay.
La mirada moralista sobre esa doblez implícita entre nuestro yo social y nuestro yo íntimo (que por razones difíciles de dilucidar Íñigo Errejón ha convertido en un extraño dilema entre persona y personaje) hace un juicio severo sobre lo que se considera una contradicción imperdonable y ha acuñado una expresión para calificar esa dialéctica: lo llama “la doble moral de las sociedades protestantes”. En realidad, hay una confusión interesada en este sintagma, porque esa “doble moral protestante”, que no es tal, solo es la preservación de una intimidad inviolable de las miradas inquisitivas del exterior, no es en sentido estricto protestante sino liberal. Que las sociedades protestantes fueran la patria de la emancipación liberal tiene un sentido histórico y político evidente, pero lo sustantivo de las sociedades que alumbra es su liberalismo, no su protestantismo.
Pero las viejas del visillo y los sacristanes de gesto torvo que olisquean los tálamos ajenos nunca han cesado en su actividad entrometida, de ahí que en las democracias laicas, que lo han de ser todas, a un cargo democrático pueda costarle su carrera comportamientos tan banales e inofensivos como el adulterio. Lo vemos en la versión apócrifa de la vida de los Clinton, la estupenda 'Primary colors' (1998), de Mike Nichols, pero con más acidez aún en 'Los idus de marzo' (2011), de George Clooney, o en 'El candidato' (2018), de Jason Reitman, con Hugh Jackman como protagonista, por mencionar unas pocas de un canon del drama político que más que un arquetipo narrativo es una constante del mundo real. Un escalofrío recorrió nuestras espaldas cuando la portavoz de Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, se sintió obligada a dar fe pública de una relación de pareja.
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