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'La homilía' de Pedro Vallín. El cine malo es el cine bueno

La idea de que la cultura ha de ser original y rompedora es un invento del romanticismo que viene siendo desmentido desde hace milenios: la cultura es copia

Madrid·
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El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía'
El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía' · Fotografía: KINÓTICO

Alrededor del debate sobre cómo la IA amenaza a la producción cultural porque copia y reformula esquemas narrativos, arquetipos, arcos de personajes y hasta composiciones de planos o movimientos de cámara, nunca faltan los que nos quieren tranquilizar explicando que la excelencia no es reproducible, que las creaciones de la IA no tienen 'alma' o que el arte escapa por definición a las capacidades de la máquina. Tengo malas noticias para vosotros: no es verdad. De hecho, ni siquiera hay nada relacionado con el 'alma' y demás avíos de sacristán en la actividad artística o cultural. Un aterrizaje suave en la realidad es un vídeo que volvió a circular por las redes la semana pasada a propósito de este debate: el famoso frenazo de la moto de Kaneda, en la película 'Akira' (1998), con la que Katsuhiro Otomo adaptaba su propio manga a la gran pantalla. Fue una de las primeras animaciones japonesas estrenadas en cines en España (aunque no la primera, eh, que series de gran éxito, como la 'Heidi' de Miyazaki y Takahata, pasaron por los cines en formato largometraje).

El vídeo en cuestión reproduce las decenas de veces en las que este plano de la 'cibermoto' ha sido reproducido en diferentes títulos, sustancialmente de animación pero no solo, porque hasta Christopher Nolan hizo su propia versión en 'El caballero oscuro' (2008). Por un lado, conviene aclarar que el plano de la moto de Kaneda se hizo famoso de inmediato por ser un creativo plano imposible fuera de la animación (al menos hasta que el CGI lo permitió, pero el CGI no deja de ser animación), porque la 'cámara' está en la trayectoria de la moto y por tanto es un hallazgo solo accesible a los dibujos animados, que campan aquí por sus respetos en relación con el cine de acción real. En segundo lugar, debe decirse que las reiteradas veces en que hemos vuelto a ver esa escena en diferentes títulos no pueden considerarse copias sino más bien citas, precisamente porque ese plano fue tan famoso que quienes lo utilizan no pretenden que el espectador celebre su hallazgo, ocultando su origen, sino bien al contrario que la audiencia identifique el original y por tanto el homenaje patente. Distinguir entre copia y cita es básico para hablar de cultura con propiedad.

Plano de la 'cibermoto' de 'Akira' (1998), de Katsuhiro Otomo, que ha sido replicado cientos de veces en el cine
Plano de la 'cibermoto' de 'Akira' (1998), de Katsuhiro Otomo, que ha sido replicado cientos de veces en el cine · Fotografía: BANDAI

Pero compremos la hipótesis: la cultura es una sucesión de variaciones y reformulaciones, una sucesión de copias, algunas con elementos innovadores y otras, las más, sin mayor novedad que reformular lo ya conocido. Como la cultura nunca había sido otra cosa que un producto, una artesanía bien pagada, hasta que el romanticismo quiso darle dimensiones místicas, es decir, religiosas, siempre ha basado su progreso en la copia que garantice responder a una demanda específica. En la ficción literaria, sabemos del protagonista de 'El Quijote' que había leído cientos de historias de caballerías, luego sabemos que los había, y que todas las historias eran poco más o menos iguales en lo básico, al punto de que Alonso Quijano identificó los patrones, lo común, el máximo común denominador, y los reprodujo en peripatética andanza. De igual modo, los géneros cinematográficos nacieron porque la incipiente y millonaria industria audiovisual californiana producía películas con métodos fordianos, tras cansarse de saquear la novela decimonónica, películas que eran idénticas unas a otras o que cuando menos se exigía que así lo fuesen. Así nació la comedia 'slapstick' (de las que una estrella como Charles Chaplin o Harold Lloyd podía producir media docena de títulos por mes), el western, el cine de gángsters, el cine negro, la 'screwball comedy', los melodramas de la RKO, el terror de la Universal, los musicales de la Metro y todo el resto de géneros. La idea era producir una y otra vez, a la mayor velocidad posible, aquello que ya había funcionado.

Así, 'Lift, un robo de primera clase' (2024), dirigida por Felix Gary Gray, no es más que la enésima versión del robo imposible, idéntica en lo básico a 'The italian job', en cualquiera de sus dos versiones, la de 1969 y la de 2003 (esta última, dirigida, claro, por Felix Gary Gray), como lo son todas las películas de 'Ocean’s eleven' (saga que comenzó Steven Soderbergh en 2001), todas muy vinculadas a 'El golpe' (1973), de George Roy Hill, todas repitiendo hasta su tropo emocionante de la falsa traición interna, que con tanto esmero remedó Christopher Nolan en su conocida película de atracos, 'Origen' (2010).

"La idea era producir una y otra vez, a la mayor velocidad posible, aquello que ya había funcionado"

Y hablando de traidores, lo mismo pasa con 'Red de traición' (2024), de Jesse V. Johnson, película de espías con Aaron Eckhart, no es más que una revisión de 'Red de mentiras' (2008), de Ridley Scott, y del asunto de que quien traiciona a los agentes de inteligencia siempre es el jefe, otro tropo al que han sacado buen partido en la serie 'Bourne' (2002-2016) o en las maravillosas versiones de 'Misión: Imposible' (1996-2025) capitaneadas por Tom Cruise, por el que no han pasado los treinta años que han pasado para todos los demás pese a ocuparlos corriendo, saltando y cayendo como un niño borracho de Coca-Cola.

Como las dos partes de 'Rebel moon' (2023-2024), de Zack Snyder, no son más que la enésima versión de princesa guerrera, granjero palurdo, imperio malvado y una vieja dinastía de monarcas virtuosos que debe ser restituida como legítima gobernanta, asunto del que también tratan 'John Carter' (2010), de Andrew Stanton, o 'El destino de Júpiter' (2015) de las hermanas Wachowski. Esa es la cultura importante, esas decenas de títulos navideños con los que Netflix llena su catálogo de diciembre, con su poquito de romance, sus trazas de comedia y su empacho de buenos sentimientos. Los humanos vemos películas y leemos novelas, lo que funciona se repite y lo que se repite funciona, y por eso hemos pasado de leer con pasión a Enid Blyton o Agatha Christie a ver sin descanso películas escandinavas con asesinatos, nieve y policías deprimidos, estupendas todas e indistinguibles entre sí. Zane Grey, Marcial Lafuente Estafanía, Corin Tellado, Stephen King y Alberto Vázquez-Figueroa pertenecen a una misma tradición de alta productividad y alta repetición de fórmulas que son la verdadera base de la cultura. Porque las novelas baratas, lo que antaño se llamaba 'pulp', es el único cimiento sobre el que fundar excelencia. Alimentan el ansia de cultura de los pueblos y solo desde la irredenta repetición pueden surgir la originalidad y la excelencia. Como ocurrió muy pronto con Stephen King y como vemos con el magnífico guion de Eduard Solá para 'Casa en flames' (2024), de Dani de la Orden, que no es más que el enésimo esquema teatral de catarsis afectiva en la reunión familiar al que pertenecía la multipremiada 'Celebración' (1998), de Thomas Vintenberg, por ejemplo, pero dotado de las dosis de sofisticación e inteligencia necesarias para borrar pistas y que todo huela a nuevo.

"Los humanos vemos películas y leemos novelas, lo que funciona se repite y lo que se repite funciona"

No nos engañemos, lo que sostiene una industria y atiende las necesidades del espectador es la montaña de películas malas, idénticas unas a otras, que atienden las necesidades básicas de una tarde de sábado. Como sabe bien la cuenta de tuiter @pelidetarde. Las pelis malas son el ejército, y las excelentes, los generales en el cuartel general. Y esa es la mala noticia; que las pelis malas ya las puede hacer la IA exactamente igual que nosotros. Por eso es tan importante lo que dijo Nacho Vigalondo en los Premios Feroz sobre la relación de la IA y la cultura. Aunque, es necesario admitirlo, es dudoso que a su loca cabeza pueda copiarle algo una IA en tanto no aprenda a beber.

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