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VIDEOCOLUMNA

'La homilía' de Pedro Vallín. Wilson, la pelota que nos amó


El cine ha explorado la necesidad humana de dotarse de vínculos aún en soledad, un atributo que trasciende lo humano y que empieza a asomar en las máquinas

Madrid·Actualizado: 10.01.2025 - 06:00
El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía'
El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía' · Fotografía: KINÓTICO

Llorar en el cine es una prueba de empatía formidable que pasamos por alto: sentir el dolor de aquellos que sabemos que no existen, sumergirse en una historia inventada hasta el punto de permitir que las emociones fabricadas de quienes la interpretan permeen la pantalla y nos asalten con una intensidad y una compasión (en su sentido último: padecer con alguien) tales que nos llevan a derramar lágrimas por un artefacto que, no nos engañemos, rara vez derramaríamos por la mayoría de familiares y amigos a los que llamamos “los nuestros”. Quien les habla puede contar con los dedos de una mano de carpintero jubilado las personas por las que ha llorado tanto como por el amor mutilado de Francesca Johnson y Robert Kincaid en 'Los puentes de Madison' (1995), de Clint Eastwood. O por los amores y desamores de 'Love actually' (2003), de Richard Curtis.

Pero tal anomalía es aún mayor si consideramos no solo los seres de ficción, sino los seres de ficción que ni siquiera son tales, como Wilson, el balón de voleibol que se convierte en improvisado Viernes de ese Robinson Crusoe que es Chuck Nolan (Tom Hanks) en 'Náufrago' (2000), de Robert Zemeckis, y cuya pérdida es, sin ápice de ironía, una de las más desgarradoras padecidas en un patio de butacas por tres generaciones. No es confortable pensar en cuántas personas de nuestro alrededor inmediato nos harían sufrir en su desaparición el dolor de magnitud arrasadora con el que vivimos el lento alejarse flotando de una pelota blanca visto en una pantalla, a sabiendas de que, además de no ser más un balón pintado, la historia es completamente inventada. ¿Y qué dice eso de nosotros? ¿Qué somos frívolos y superficiales? ¿Que, aunque intelectualmente tengamos clara la diferencia de peso entre lo real y lo ficcional, emocionalmente somos incapaces de establecer ese mamparo que separe una cosa y la otra en nuestro catálogo de emociones?

"Lo que dice eso de nosotros es que tenemos una capacidad para la empatía descomunal"

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