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'La homilía' de Pedro Vallín. "Están entre nosotros": el mito de los durmientes y el pánico social

El tema de los agentes programados nace del positivismo del XIX y el cientificismo del XX y eclosiona con la paranoia de la Guerra Fría en 'El mensajero del miedo'

Madrid·
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El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía'
El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía' · Fotografía: KINÓTICO

'El mensajero del miedo' (1962), película de John Frankenheimer basada en una novela de Richard Condon publicada solo tres años antes, fue un auténtico acontecimiento cinematográfico en su estreno, el 24 de octubre de 1962, por su potente mensaje paranoico y porque el estreno cayó en mitad del fin del mundo: la crisis de los misiles de Cuba, que se produjo entre los días 16 y 28 de octubre y que Roger Donaldson llevó al cine cuando la Casa Blanca desclasificó la documentación de aquel trance en la vibrante 'Trece días', con Bruce Greenwood como JFK y Kevin Costner como Kevin O’Donnell, que ofició de jefe de gabinete de la Casa Blanca entre 1961 y 1963.

La novela de Condon y la película de Frankenheimer narraban la historia de Raymond Shaw (Laurence Harvey), un héroe de la guerra de Corea que había sido programado como un agente durmiente mediante hipnosis y control mental durante su cautiverio en la República Popular China para asesinar al candidato a la presidencia de los Estados Unidos sin él saber ni recordar nada. La programación sería activada mediante un naipe, la reina de diamantes.

La tormenta perfecta era la conjunción de la desconfianza y la paranoia, porque por una parte estaba el pánico social –el "están entre nosotros"–, y por otro, la pesadilla personal – "están dentro de mí"–. El mito de la programación mental y la pérdida de la autonomía y la voluntad fue uno de los terrores recurrentes de la Guerra Fría, en buena medida porque es inequívoco que las principales potencias del momento estuvieron décadas intentando infructuosamente reprogramar humanos, como sabemos por el famoso y fracasado programa MK-Ultra de la CIA. Los soviéticos habían trabajado sin éxito en la llamada psicotrónica y los nazis habían experimentado con todo tipo de drogas para tratar de lograr el manejo de la mente humana. Las consecuencias de todo aquello pueden trazarse en la divertida 'Los hombres que miraban fijamente a las cabras' (2009), de Grant Heslov, película libremente inspirada en hechos reales relatados por el periodista británico Jon Ronson.

Las brutales técnicas del ejército chino para el lavado de cerebro de los prisioneros durante la guerra de Corea (1950-1953) eran más bien una forma de tortura, interrogatorio y coacción, pero fueron suficiente para que calara el mito de que podían convertir a un soldado leal en un traidor a su pesar y que a su regreso podían ser un peligro para el país operando como comunistas solapados. De eso trata, claro, 'La invasión de los ladrones de cuerpos' (1956), de Don Siegel, y no podemos pasar por alto que la famosa Caza de Brujas del Macartismo en Hollywood se desarrolla precisamente en esos mismos años, entre 1950 y 1956.

"Nadie se pregunta qué componentes y fines incorporan los sofisticados equipos electrónicos, móviles, armas y vehículos de guerra que adquirimos a potencias extranjeras"

Aunque el fenómeno, en realidad, echa raíces mucho más atrás. En la segunda mitad del XIX había calado la idea, desde el positivismo de Comte hasta la evolución de Darwin, de que todo podía ser medido, comprendido y por tanto manipulado. El mesmerismo, la telepatía, la telequinesia y la hipnosis se pusieron de moda, azuzados en los primeros años del siglo XX por las teorías psicológicas conductistas y por la creencia firme en la ingeniería social, que practicaron los totalitarismos. Podemos ver la impronta de todo ello en títulos de Fritz Lang como 'El doctor Mabuse' (1922), y su primera secuela sonora, 'El testamento del doctor Mabuse' (1933), o en la parábola social prefascista 'Metrópolis' (1927).

Ese era el caldo de cultivo cuando se estrenó 'El mensajero del miedo', que a su vez es el antecedente de la paranoia social que desplegó el terraplanismo en pandemia, cuando conspiranoicos de todo el mundo lanzaron el desopilante bulo de la presencia de microchips de control mental en las vacunas.

Es curioso cómo opera el pensamiento paranoico, porque, ahora que Elon Musk amenaza con cegar sus satélites Starlink para Ucrania y que todos padecemos el funcionamiento de los algoritmos de la red antes conocida como Twitter, nadie se pregunta qué componentes y fines incorporan los sofisticados equipos electrónicos, móviles, armas y vehículos de guerra que adquirimos a potencias extranjeras, sustancialmente China y Estados Unidos. Un exespía soviético asegura sin aportar pruebas haber reclutado a Donald Trump para el KGB en 1987, lo cual suena a disparate de no ser por su desempeño putinesco en la presidencia.

Los fans cree que la República Galáctica murió "bajo un estruendoso aplauso", pero pensando detenidamente en Donald Trump y Elon Musk, quizá el momento en que sucumbió la democracia fuera otro: "Ejecuten la orden 66".

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