Entrevista
Paula Palacios, una cámara y la impresionante amistad para toda una vida de 'Mi hermano Ali'
La directora de 'Cartas mojadas' regresa a la no ficción con una historia de grises sobre la amistad que le ha llevado 12 años y se ha rodado en varios países
La senda, y el camino, ya son conocidos. 'Mi hermano Ali', documental de la directora Paula Palacios sobre su amistad fraguada durante 12 años con un refugiado de origen somalí, Ali Ahmed Warsame, conseguía hace unos días una ansiada nominación en los Premios Forqué a Mejor Documental. El hito para la realizadora no es nuevo, ya que también compitió con el largometraje 'Cartas mojadas' en la primera temporada de premios celebrada tras la pandemia, pero la ilusión, si cabe, es aún mayor: "La noticia me pilló en la Academia [de Cine], con el proyecto 'Amor de Dios', de Carlos Saura, que estoy desarrollando en el programa de Residencias. Fue muy emocionante, porque me estaba vibrando el móvil. Eso podía ser una buena noticia, con gente felicitándome, pero también podía ser gente diciéndome que qué pena que no hubiera salido. Me siento muy feliz, porque desde que estrenamos la película en la Seminci de Valladolid, siento que funciona, que hay un boca a boca alrededor de ella", confiesa feliz la realizadora antes de que comience el baile de cara a los Premios Goya y antes de estrenar la película en cines, el próximo 22 de noviembre.
Ese boca a boca del que habla Palacios ha mutado también hacia el apoyo público. Esta misma semana, la directora Isabel Coixet -la mujer que más Goya ha ganado en la historia del cine español- arropaba a 'Mi hermano Ali' en su columna dominical. "Isabel [Coixet] es una persona súper generosa. Ella tiene muchas lectoras que, cuando vieron el artículo, comentaban en Instagram que si no fuera por su recomendación no es que no hubieran ido a verla, es que no sabían que existía. Es un documental, es muy difícil llegar al público, y su artículo va a hacer, seguro, que vaya a verla más gente", explica la realizadora sobre un filme que, como decía la propia Coixet en su excelente pieza, va en cierta medida contra la fábula del buen refugiado como ente canónico e inquebrantable moralmente.
"Ha habido gente que me ha dicho que Ali no cae especialmente bien, que no podía tener un personaje así. Pero, ¿por qué nos tiene que caer especialmente bien? Este es un niño que ha salido de su país, con 14 años y en una situación horrible, y acaba en una cárcel, en Ucrania, condenado a 12 meses de encierro. De los 21 somalíes que estaban con él en el centro, dos han acabado muertos. No es un asunto ligero", explica la directora, sobre un protagonista muchas veces carismático y otras veces caprichoso, pero siempre profundamente humano, en lo que acaba convirtiéndose en el gran triunfo de 'Mi hermano Ali': ahondar en los grises y en las decisiones a las que fuerza la violencia de los sistemas fronterizos y de acogida en un contexto tan virulento como el actual.
Terminada en 2022, con el plano extraordinario de una puesta de sol que abre, precisamente, este artículo, 'Mi hermano Ali' es una de esas casualidades cósmicas que da sentido a hablar de milagros cuando hablamos de cine. Palacios y Ahmed se conocieron cuando el segundo estaba intentando entrar en Eslovaquia por la frontera ucraniana, hace 12 años: a partir de ahí, directora y refugiado iniciaron una amistas que jamás se rompió, ni cuando él permaneció detenido en Ucrania, ni cuando consiguió asilo temporal en Estados Unidos y, ni siquiera, cuando el documental estuvo a punto de entrar en punto muerto por la negativa de Ali de seguir registrando su vida cuando estaba al borde del abandono económico por parte de las autoridades americanas.
Palacios, que reconoce que disfrutó mucho el camino de 'Cartas mojadas' pero que lo asociará para siempre al contexto pandémico y a las restricciones a las que obligó el virus, afronta esta nueva danza de la temporada de premios con energías renovadas y, sobre todo, más experiencia: "Hay películas muy buenas que se han quedado fuera de las cuatro de los Forqué o que se quedarán fuera de los cinco de los Goya, porque es un camino muy largo. También para sacar las películas adelante, han pasado ya cuatro años. He intentado disfrutar cada momento, porque sé que no es la norma. Tengo compañeros que han pasado por etapas de mucha sequía y sé que no hay que dar nada por hecho. Ser nominada en los Forqué, eso sí, te posiciona, te empuja, te da ganas de seguir con las demás campañas", señala meridiana Palacios.
El filme, que durante la década larga de producción por la que ha pasado su directora ha transitado por varias fases y ha podido verse interrumpido en muchas de ellas: "El documental estuvo a punto de pararse dos veces. Cuando me marché del centro de refugiados en Ucrania y cuando Ali consiguió llegar a Estados Unidos. Pero me vino muy bien que nos enfadásemos, porque cuando creí que no se iba a hacer la peli, me di cuenta de que nuestra relación era de verdad, con sus más y sus menos. Si no hubiera sido algo real, nuestro contacto se hubiera roto por completo", recuerda la directora sobre una odisea que dio comienzo con el simple gesto de entregar una cámara a Ali para que registrase su día a día en el primer centro de detención por el que pasó.
"Siempre digo que es una película frágil. Hay muchos huecos y esos son los que hacen grande la peli. En las que cosas que no han pasado, en las cosas que no hemos visto y en las que uno se imagina. En todo lo que yo quiero saber y él no me cuenta. Y no por eso dejamos de ser más o menos amigos el uno del otro. Yo lo comparo mucho con amistades que tengo y que, después de doce años, no me sé su segundo apellido o si tenían dos o tres hermanos", reflexiona Palacios, antes de explicar cómo reaccionó Ahmed al filme ya entero: "Él la vio antes de cerrar el último corte. Y no se acordaba de muchas cosas. Le impacta mucho la última parte, la de su nueva familia. Se pregunta qué pensará la gente, de su familia y de su evolución hacia lo religioso, por ejemplo", añade antes de despedirse.
Telegráfica en su descripción de ambientes y pegada al canon en su desarrollo textual, 'Mi hermano Ali' abraza las virtudes del documental clásico para dejarse llevar por las nuevas narrativas de lo digital, dándole incluso las riendas de la historia al propio protagonista y exponiéndole, con la verdad por delante, como un ser tan imperfecto como fácil de entender, de comprender y de abrazar desde la empatía. Palacios, ya en plena madurez creativa, consigue que una historia que en otras manos podría coquetear con el melodrama se convierta aquí en una prueba personalizada de la violencia sistemática contra los refugiados y de las salidas, morales y éticas, a las que fuerza la arquitectura fronteriza de lo hostil para con aquellos cuyo único pecado es anhelar una vida mejor.
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