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Opinión
Agnès Varda y el amor
Una aproximación personal a la cineasta belga, su visión y su singular perspectiva

Hace algo más de cuatro años que Varda murió dejándonos el testimonio de su determinación y gusto por la vida impreso en las retinas. Películas documentales y de ficción, videoinstalaciones y fotografías; una obra diversa que huye de clasificaciones y busca cobijo y descripción únicamente en la autoría. Agnès Varda era una “autora”, una creadora sin complejos que no hacía concesiones y en cuyo cuerpo menudo no cupo si quiera un gramo de impostura.
Varda siempre confiaba en Varda y, en ese sentido, sus maneras como creadora son las propias de una feminista portentosa, rotunda, inspiradora y radicalmente segura de sí misma. “La biología no es el destino y la ley de papá no vale un comino”, dice la célebre canción de 'Una canta, otra no' (1977), película con la que la directora quiso retratar y sobre todo rendir homenaje a las luchas de las mujeres en las décadas de los sesenta y los setenta del pasado siglo, cuando el aborto y la libertad sexual se encontraban en el centro de los debates feministas.
Agnès supo desde muy joven quién era y desde esa certeza construyó una sólida representación de sí, una imagen intencionadamente iconográfica en cuya composición destacaban por igual los estampados y ornamentos boho y el perenne corte a tazón de pelo. Varda era atractiva por adorable, por original y por pizpireta. Profunda y parlanchina se presenta en 'Varda por Agnès' (2019), la ilustrada y dinámica conferencia en la que explicó la historia de su trabajo en un ejercicio fascinante de integridad profesional y artística, crítica cultural y pedagogía. Asomarse a ese documental es una bonita manera de acercarse a su obra, de compartir su alegría, su amor por el cine y por la vida.
Como muchas personas de mi generación, descubrí a Agnès Varda con 'Los espigadores y la espigadora', el documental que en el año del milenio nos enseñó que hay poesía en las patatas, que los desechos del sistema pueden ser fuente de inspiración y que una cámara puede restaurar la dignidad arrebatada por el mundo a los sujetos cuyo devenir capta. Esa es una de las aportaciones sin duda más sobresalientes del cine de Agnès Varda: humanizar la cámara haciendo evidente que no se mueve sola, que alguien la opera. Que la cámara no es inocente ni ajena a lo que cuenta.
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