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Crítica

'La zona de interés': Jonathan Glazer choca, duele y apela al combate con la primera gran película de Cannes

El director de 'Under the skin' firma una obra mayor en la Competición francesa y nos recuerda la responsabilidad del cine de seguir escribiendo nuestra historia

Cannes·Actualizado: 20.05.2023 - 05:14
Primera imagen de 'The Zone of Interest', de Jonathan Glazer
Primera imagen de 'The Zone of Interest', de Jonathan Glazer · Fotografía: Festival de Cannes

Los ritmos de trabajo de cualquier festival se tambalean al incorporar gigantes como 'The Act of Killing' de Joshua Oppenheimer, 'Malmkrog', de Cristi Puiu, o la película que hoy nos ocupa. Son obras que, por la densidad y discreción de sus capas de lectura, piden un espacio de debate más cercano a la correspondencia o al cineclub, antes que a la parrilla apretada de cualquier periodista de cine. Por ello, 'The Zone of Interest' hoy debería apabullarnos para desgranarla con mimo sólo en segundas vueltas y dejar, así, que crezca. Ello no desmiente la sencillez inteligentísima de los planteamientos que la mueven… Si para su última película, 'Under the Skin', Jonathan Glazer miraba el cuerpo alienígena de Scarlett Johansson a través de los métodos del cine documental iraní, a los que se sumaba la estética del gran videoclip de los dosmiles y la concepción paisajística de una instalación de museo, hoy en 'The Zone of Interest' el cineasta elige un solo camino. El británico nos encierra aquí en un solo mundo estético, un dispositivo que piensa y moldea con el rigor ideológico de las grandes revoluciones del cine.

Basándose parcialmente en la novela homónima de Martin Amis, nunca editada en España, Glazer recrea la ficticia vida cotidiana de Rudolf Höss (Christian Friedel, el profesor de 'La cinta blanca'), comandante al cargo del campo de exterminio de Auschwitz durante los años de auge del nazismo, junto con su mujer Hedwig (Sandra Hüller, 'Toni Erdmann') y cinco criaturas. La familia de seis habita en una casa agradablísima, 'de mucha ciudadanía'. Tienen un jardín precioso, aunque situado justo al tocar la valla del crematorio de la oficina de papá. Hedwig y les niñes van de excursión, nadan en el río y juegan con el enorme perro negro que vive en la finca, un animal que no puede dejar de ladrar y lloriquear, de corretear alarmado. ¿Responderá quizás al murmullo inquietante que acompaña siempre a la vida pautada e idílica del matrimonio alemán? Es verano y los días son soleados para todes… Sin embargo, Glazer y su excelente equipo de sonido cierran el cielo que les Höss tienen por encima a base del runrún de los hornos, moteado por disparos de pistolas y el griterío de guardas y cautives.

Descubriremos pronto que no entra ni entrará una brizna de oxígeno en la planificación, ni en el montaje del británico. La cámara digital, deformada por un objetivo angular y especialmente calibrada para capturar los bordes secos e hirientes de la luz sobre las cosas, se acerca a la estética del reality televisivo o de la telebroma. Glazer rodó las escenas desde varias perspectivas simultáneas, por lo que tiene el metraje para jugar con el montaje de una forma original, arriesgada. 'The Zone of Interest' salta entre imágenes con la obcecación de quien necesita verlo todo, prácticamente como una cámara de seguridad. Los techos irán absorbiendo las puntas de extrema crueldad que movilizaron el mayor genocidio de la historia en la finca vecina, y que el cineasta destila tratando de encontrar nuevas formas para representar el horror: ¿podemos entender con un plano cenital la magnitud de las matanzas que en despachos y oficinas se pactaron? ¿Podemos castigar al cuerpo del asesino desde la forma cinematográfica misma?

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