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Crítica

'Gladiator II': Ridley Scott hace ópera de la violencia en un brillante y estoico relato

El director americano busca en la Roma monárquica los paralelismos con la desintegración democrática de EE. UU. de la mano de un voluntarioso Paul Mescal

Sevilla·Actualizado: 11.11.2024 - 14:00
Paul Mescal protagoniza 'Gladiator II', secuela del clásico contemporáneo en el que vuelve Ridley Scott a la dirección
Paul Mescal protagoniza 'Gladiator II', secuela del clásico contemporáneo en el que vuelve Ridley Scott a la dirección · Fotografía: PARAMOUNT PICTURES

En el seno de nuestra concepción moderna del espectáculo de masas, desde que a algún iluminado le dio por cercar el escenario y vestirlo de exclusividad previo pago -bella eres, ironía-, la ópera juega un papel mucho más importante del que le ha otorgado la historia. A puro rentismo, las clases altas de la Italia de finales del siglo XVII querían alzarse como patricias ante un vulgo, burgués, cada vez más pudiente, lo que les llevó a promulgar su propio arte arribista: la ópera seria. Así, y hace 250 años, lo que ahora entendemos como alta cultura y cultura pop -luego surgiría la ópera bufa- dividió en dos y sin remedio la semiótica misma del arte masivo. Pero, ¿es posible maridar la apelación a los grandes interrogantes de la existencia con la diversión pura, el entretenimiento sin cortar? Un señor, llamado Ridley Scott y con 86 años a la espalda, estrena el 15 de noviembre uno de los intentos más cercanos al triunfo: 'Gladiator II'.

Ópera de la violencia y brillante relato sobre la asunción de lo estoico, 'Gladiator II' es una película total. Total como un todocampista neerlandés setentero, capaz de subir a los ataques de lo explícito y lo sanguinario, pero también de bajar a defender los preceptos democráticos, la buena fe y la ausencia de dolo incluso en la tragedia; total como el resultado de una operación matemática en la que las estrellas en ascenso como el esforzado Paul Mescal y el carismático Pedro Pascal pueden chocar en alegoría festiva con cuerpos celestes casi fijos, como un Denzel Washington que firma aquí una de las mejores interpretaciones de su carrera; total, también, como aquello referido a lo más estrictamente filosófico y que Lúkacs, dividiendo al marxismo de todo lo que vino antes, identificaba con la capacidad moderna para superar lo emocional a través de la clase, el materialismo y la pelea colectiva por un objetivo mayor que la suma de las partes (¿es esta la película más inconscientemente zurda de Ridley Scott?).

Más de dos décadas después de viajar a Roma por última vez -obviaremos convenientemente que existe 'La casa Gucci'-, Scott retoma los mimbres de una de sus obras más celebradas por crítica, premios y público ('Gladiator' ganó 5 Premios Oscar y recaudó más de 450M€) para dejarse imbuir por la política contemporánea. Mescal, henchido de épica, da vida aquí a un bárbaro del norte de África cuya ciudad es invadida y conquistada, muy a su pesar, por el general Acacio al que da vida Pascal. La afronta, en la que dan muerte a su esposa y le acaban apresando como esclavo y gladiador, articulará desde ese momento una historia de venganza que, para el director, es excusa perfecta para hablar en realidad de la degeneración democrática de Estados Unidos, su empecinamiento en bailar con lo totalitario y su gusto irrenunciable por la violencia. Así, como a un tenor intentando abrirse paso, la afirmación quema en la garganta: 'Gladiator II' es todo lo que 'Megalópolis' soñó alguna vez con ser.

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