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Diseño de vestuario

'Nosferatu', una lección magistral entre el rigor y el simbolismo

Robert Eggers, de la mano del diseño de vestuario de Linda Muir y David Schwed, nos lleva a sucumbir ante los encantos del vampiro más infame del cine

Madrid·Actualizado: 14.01.2025 - 06:30
Lily-Rose Depp en un fotograma de 'Nosferatu', película de Robert Eggers
Lily-Rose Depp en un fotograma de 'Nosferatu', película de Robert Eggers · Fotografía: UNIVERSAL

El 'Nosferatu' de Robert Eggers es fascinante. Toda la película pasa por ahí, por la palabra fascinación. Ahora hablaremos de vestuario, pero sería conveniente arrancar con una pregunta: ¿cuál es el sentido de hacer época en el siglo XXI? ¿Por qué definir tanto y tan marcadamente el momento histórico en el que transcurre este ‘Nosferatu’? Nos planteamos esta cuestión, pero la propia película nos ofrece una respuesta. Y es que la ambientación de ‘Nosferatu’ es una reflexión sobre sí misma. Porque su ambientación, su vestuario, su arte no son simplemente un telón de fondo. La ambientación de 'Nosferatu' se convierte en un pilar clave que nos proporciona todas las pistas sobre el tema central de la película, uno que va mucho más allá de las meras apariencias.

El filme comienza con una sobreimpresión en la que se puede leer: "Alemania, 1838". Es una película de terror gótico. Podría haber comenzado con un "Inglaterra, 1865" o "España, 1817", pero no lo hace. “Alemania, 1838”: el lugar y la fecha están claramente definidos, y eso tiene una razón de ser, más allá de que Alemania sea la cuna del Romanticismo y su cercanía con las leyendas y el folklore del este de Europa. Obviamente, la historia es deudora de las cintas de Murnau y Herzog, ambas ambientadas en Alemania, pero también lo es del libro original, ‘Drácula’, de Bram Stoker, como se puede leer en los créditos. Algunos críticos han visto en esta película una fuerte influencia del ‘Drácula’ de Coppola. También nos lo parece. Sin embargo, mientras que la versión de 1992 nos presenta una ambientación casi legendaria, como de cuento de terror, con el maravilloso vestuario de Eiko Ishioka (que no es riguroso, sino más bien una estilización de la moda tapicera victoriana fusionada con el japonismo de su tierra y el modernismo de Klimt, o ese castillo repleto de detalles barrocos donde vive el conde, con su kimono rojo y su ya mítico moño blanco) la versión de Eggers no opta por el manierismo, por el estilo estilizado. Eggers opta por la recreación fiel de una ciudad hanseática durante la primera mitad del siglo XIX. Y esto, como apuntábamos al principio, no es casual.

Todo un curso avanzado de historia

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