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'La homilía' de Pedro Vallín. ‘La amenaza de Andrómeda’, o sea, la civilización, es la esperanza
Dejemos de buscar héroes y salvadores: el cine procedimental contiene todas las claves para salvarnos del rebrote del nazifascismo que asuela Occidente

La relación antitética entre aventura y civilización, entre heroísmo y Estado, o entre selva y democracia, es un asunto favorito por aquí y podemos resumirla en la célebre dicotomía del western entre el pistolero y el pionero, el centauro y el hombre a pie, el nómada y el granjero, el matón y el hombre de leyes. Es decir, Tom Doniphon y Ransom Stoddard (John Wayne y James Stewart) en esa catedral titulada 'El hombre que mató a Liberty Valance' (1962), de John Ford. Es decir, entre un hombre que calza espuelas y pistola y otro que lleva un delantal de friegaplatos y libros de derecho. El triunfo de Stoddard, el paso de la selva a la ley, dicta la obsolescencia del pistolero. Ese es el destino maldito del cowboy, fundar con su heroísmo su propia extinción.
Y es el itinerario de la fundación de América, que hoy el país recorre en sentido inverso. Porque la dialéctica americana siempre ha sido la de aquel wéstern, el duelo entre el cowboy libertario y el granjero liberal, el hombre convencido de ser una unidad de destino en lo universal, John Wayne, y el hombre comprometido con los demás y con la civilización y la ley, James Stewart. Por eso 'Prisioneros' (2013), de Denis Villeneuve, utiliza esos dos mismos arquetipos, el del cowboy libertario (un Hugh Jackman dispuesto a resolver por sí mismo y con ayuda de la oración el secuestro de su hija), y el del liberal hombre de leyes (Jake Gyllenhaal, que confía en el procedimiento legal para rescatar a la pequeña y detener a sus captores).
El detective Loki que interpreta Gyllenhaal expresa la ausencia de emoción, de heroísmo y de atractivo que hay en el procedimiento, el aburrimiento de la civilización, con su camisa abrochada hasta el último botón, su voz queda y sus movimientos rígidos, mientras enfrente está el atractivo precivil y apasionado de todo un Lobezno. La civilización es procedimiento, antítesis de la emoción, del prodigio y de la aventura. 'La amenaza de Andrómeda' (1971), película de Robert Wise basada en una novela de Michael Crichton, narra la meticulosa mecánica de los protocolos de seguridad de un centro de investigación ante la liberación de un virus mortal. En sus dos horas no hay nada más que procedimiento, apenas hay emoción alguna y, por tratarse de mecánicas convertidas en método, el diálogo es escaso y casi siempre expresa una liturgia científica. Ese desfilar por la pantalla de puro método y nula emoción resulta, sin embargo, hipnótico. Es difícil apartar la mirada a pesar de que no hay nada que no sea una dramaturgia mil veces ensayada y por primera vez puesta en marcha. Incluso cada incidente en la gestión de la crisis, cada imprevisto, tiene a su vez una respuesta en el método. La salvación es pues la ausencia de iniciativa, antítesis del viaje heroico, basado en los arrestos y la astucia.
El cine procedimental es pues el cine de la democracia. De ahí que la catedral del cine periodístico sea 'Todos los hombres del presidente' (1976), de Alan J. Pakula, y no, por ejemplo, 'Salvador' (1986), de Oliver Stone. Porque la salud democrática de un país no descansa en la testosterona de los corresponsales de guerra sino en la tenacidad administrativa de quienes respetan la metodología del periodismo, por tediosa, burocrática y escasamente emocionante que sea. La lectura atenta de un expediente de contratación es mucho más importante para nuestra libertad que la propensión de un corresponsal a acercarse lo más posible a las balas. Hija de ese amor procedimental es 'Zodiac' (2007), de David Fincher, sobre el mismo 'asesino del zodiaco' que inspiró 'Harry, el sucio' (1971), de Don Siegel. En lo que va del caricaturista real Robert Graysmith (de nuevo Jake Gyllenhaal) al policía de ficción Harry Callahan (Clint Eastwood) va la diferencia entre la civilización y el regreso al salvaje oeste. Ellos también son Stoddard y Doniphon.
El procedimiento nos salva en su ausencia de iniciativa, como vemos también en 'Cuando todo está perdido' (2013), de J. C. Chandor, en la que Robert Redford encarna a un navegante solitario que sufre una vía de agua en su velero, cruzando el océano Índico. La película detalla su esfuerzo para salvar la vida, unos trabajos carentes de iniciativa y que, como en la película de Robert Wise, consisten en desplegar todo el conocimiento y protocolos acumulados: sin dar espacio a la inventiva o a la improvisación, el personaje ejecuta todas las liturgias de los manuales, desde el uso del ancla de capa en la tormenta a la navegación astronómica.
La última obra maestra del cine procedimental es, por eso, 'Argentina, 1985' (2023), de Santiago Mitre, que narra con detalle la oficinesca tarea del fiscal Julio Strassera en el juicio a las Juntas Militares de la dictadura argentina. Y en ella se contiene la escena que revela por qué hoy palidece la democracia, pese a sus éxitos: la ausencia de épica y sus victorias siempre parciales. Strassera (Ricardo Darín) se lamenta, ya en su hogar, por no haber conseguido las condenas pretendidas, cuando su hijo le pregunta, sorprendido y orgulloso, en un perfecto uso del lunfardo: “Papá, ¡¿metiste en cana a Videla?! ¡Metiste en cana a Videla!”.
Las gestas de la democracia, incluida la derrota del Covid 19, una causa en la que todos los autoritarios fracasaron, empezando por Donald Trump y su amigo Vladimir Putin, debe cantarlas la mirada de un chaval, porque Occidente se ha hecho viejo, y los viejos añoran las cabalgadas y tiroteos de John Wayne. Y por eso, niños y niñas, en el país de Julio Strassera ganó Javier Milei.
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