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Crítica

'El reino animal', un drama sobre relaciones paternofiliales que abraza la fantasía sin complejos

Llega a los cines la nueva película de Thomas Cailley, que ganó el premio a Mejores Efectos Especiales en la última edición del Festival de Sitges y abrió la Quincena de realizadores del pasado Cannes

Madrid·Actualizado: 21.10.2023 - 06:12
Paul Kircher interpreta a Émile Marindaze, un adolescente que se transforma poco a poco en lobo en 'El reino animal'
Paul Kircher interpreta a Émile Marindaze, un adolescente que se transforma poco a poco en lobo en 'El reino animal' · Fotografía: Studiocanal

François y Émile Marindaze están atrapados en un atasco, condenados a pasar un tiempo juntos dentro del coche que les resulta incómodo a ambos. Este padre e hijo, interpretados por Romain Duris y Paul Kircher respectivamente, acaban de perder a una persona que les importaba mucho y en pleno duelo se descubren incapaces de acompañarse en el dolor, apoyarse en el consuelo mutuo. Así que en ese coche, en ese momento de intimidad no buscada pero secretamente deseada, hacen lo que muchos hombres hacen para demostrar erróneamente cariño o preocupación: discutir y tirarse los trastos a la cabeza. De repente, sus reproches se ven interrumpidos por el alboroto que acontece en una ambulancia atrapada en el mismo atasco. De allí sale volando un ser mitad pájaro mitad hombre.

'El reino animal' abre con una de aquellas escenas que plantean simbólicamente todos los conflictos de la cinta en pocos segundos, para que el espectador acompañe a los personajes desde el primer minuto. Nada de misterio, nada de escatimar información: el realizador Thomas Cailley plantea su segundo largometraje como el viaje emocional de un padre y un hijo en su necesidad de reconstruir los puentes que han quemado. Y lo hace con firmeza, sin estridencias y con elegancia en las formas narrativas.

No hemos dicho que en el mundo en el que se desarrolla 'El reino animal' existe una extraña pandemia sin origen determinado que convierte a los humanos en mutantes. Tus genes se cruzan con los de algún animal y te salen garras, alas o cola. Tampoco que Émile se está transformando en un lobo. Pero lo cierto es que Cailley utiliza hábilmente el armazón de la ciencia ficción, así como las posibilidades estéticas de su premisa, para dejarlo todo al servicio del componente emocional.

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