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'La homilía' de Pedro Vallín. Por qué Batman quería matar a Superman y por qué la existencia de Donald Trump le da la razón

Zack Snyder nos regaló algunas certezas sobre libertad y soberanía en unas películas que no querían ser políticas y por eso lo eran, al revés que las de Nolan

Madrid·
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El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía'
El periodista Pedro Vallín, durante la nueva edición de su video semanal 'La homilía' · Fotografía: KINÓTICO

La vinculación de Superman con los relatos crísticos, es decir con el arco mesiánico del Nazareno, es muy conocida y ha sido identificada desde casi los albores del tebeo de Action Comics, a pesar de que sus creadores, Siegel y Schuster, fueran de origen judío. Por cierto, sobre los jóvenes judíos que dieron origen a la industria del tebeo de superhéroes hay una novela extraordinaria de Michael Chabon, 'Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay' (2000), que ganó el premio Pulitzer y de la que lleva más de veinte años intentando sacar adelante una adaptación Stephen Daldry, director de 'Billy Elliot' (2000), 'Las horas' (2002) y 'El lector' (2008), poca broma. A lo que íbamos, Supermán, hijo de dios, bajó a la Tierra para ser uno más, pero también para salvarnos. El verbo se hizo hombre y nos empeñamos en matarlo.

Zack Snyder, en 'El hombre de acero' (2013), hizo algo más: lo convirtió literalmente en el rey de los judíos. Henry Cavill no solo vino a redimir nuestros pecados sino que venía a fundar Israel, a tomar la Tierra Prometida. Portador del códice, garantía de supervivencia genética de las estirpes de Krypton, Kal-El es impelido por el general Zod a exterminarnos y reemplazarnos por kryptonianos. Es decir, en la película escrita por David S. Goyer, los humanos somos palestinos, un estorbo para la refundación de Israel. Y Superman es un judío traidor que se niega a patrocinar un genocidio, aunque eso signifique la extinción de las estirpes de sus hermanos de Krypton, que por otro lado ya están muertas.

En realidad, el mandato divino de Jehová sobre el Cristo para que no interviniera en el destino de los hombres ya aparece en el 'Superman' (1978) de Richard Donner. Su padre, Jor-El (Marlon Brando interpretando a un Yahvé guapísimo) deja dos mensajes de clara ascendencia religiosa y abrahámica: “Pueden ser un gran pueblo, Kal-El, desean serlo. Sólo les falta la luz que les muestre el camino. Por esta razón, por encima de todo, por su capacidad para el bien, te he enviado a ellos, a ti, mi único hijo”. Pero añade un mandato: “Te está prohibido interferir en la historia de la humanidad”, es decir: “A ver, Jesusito, no te pongas a hacer milagros como una cosa boba”. Un mandato que, por supuesto Superman (Christopher Reeve), desobedecía para salvar a su María Magdalena, Lois Lane (Margot Kidder).

Demasiado poder. Ese era el dilema. Un poder capaz de garantizar por sí mismo la libertad de todos ya la ha destruido, pues esta solo existiría en la medida en que existe esa tutela. Ser soberano es lo contrario de ser súbdito. Lo entendía Bruce Wayne (Ben Affleck) en 'Batman v Superman: el amanecer de la justicia' (2016), también de Zack Snyder, tras contemplar, en el vibrante arranque de la película los desastres que el brutal combate superheroico sobre Metrópolis, lucha final entre Kal-El y Zod causaba en el desenlace 'El hombre de acero': el duelo de los dioses desencadena una matanza de los hombres. Existimos y somos libres, entiende Wayne a pie de calle, mientras los titanes se pelean en el cielo, en la medida que estos seres poderosos nos lo permitan. Luego no somos libres, somos esclavos de cadena larga. Resuenan aquí textos de Hegel, Pascal, Hobbes, Rousseau o Nietzsche, sobre la verdadera soberanía, sobre la sustancia de la libertad.

Fotografía promocional de 'El hombre de acero', con Henry Cavill
Fotografía promocional de 'El hombre de acero', con Henry Cavill · Fotografía: © 2013 Warner Bros. Entertainment Inc.

Esa es la razón por la que Adrian Veidt, Ozymandias(Matthew Goode), idea un plan para acabar con el Dr. Manhattan (Billy Cudrup) en 'Watchmen' (2009), también de Zack Snyder. En ambos títulos, acabar con ese grande poder que nos permite seguir existiendo se dibuja como un crimen, sin embargo, en 'Terminator 2: el juicio final' (1991), de James Cameron, ese crimen, asesinar a aquel que puede someternos, en este caso la computadora Skynet, se dibuja como perentorio.

"Cuando EEUU se ha cansado de su libertad y por tanto de la nuestra, habitamos un paraíso de libertades rodeado de los enemigos de todas ellas"

¿Somos libres cuando ejercemos la libertad por magnanimidad de un poder superior y no por soberanía? En su día, uno concluyó que 'Batman v Superman: el amanecer de la justicia' era una película sobre la imposibilidad de Dios, de cualquier dios, en un mundo libre. Que era, en el fondo, una película que enfrentaba el mundo antiguo con el mundo contemporáneo, surgido de la Ilustración, y la imposible convivencia de ambos. Por eso tras la Ilustración, la religión se convirtió en vicio y virtud privados, y fue retirada del espacio público de las sociedades democráticas. Sin embargo, hoy Europa acaba de descubrir que su libertad era una dádiva que solo sobrevivía merced a la graciosa protección de la mayor maquinaria de guerra del mundo: Estados Unidos. Y que cuando este se ha cansado de su libertad y por tanto de la nuestra, habitamos un paraíso de libertades rodeado de los enemigos de todas ellas. Sobre todo, los vecinos de Rusia y los que vivimos a 14 kilómetros de un continente teocrático y hambriento.

Wayne lo resumía de forma cruda a su mayordomo, Alfred Pennyworth (Jeremy Irons): “Él tiene el poder de acabar con toda la raza humana, y si creemos que hay incluso sólo un uno por ciento de posibilidades de que se convierta en nuestro enemigo, tenemos que tomarlo como una certeza absoluta”. Lo que no imaginábamos es que ese “él” que menciona Wayne sería el presidente de los Estados Unidos de América.

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