VIDEOCOLUMNA
'La homilía' de Pedro Vallín. Joel Miller y la salvación política
El capítulo 6 de 'TLOU' es una cumbre de la escritura y una demostración de que la política brotó para colegiar la responsabilidad y que Joel no tuviera que equivocarse
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Querido feligrés, si no estás al día con 'The last of us', no has jugado el juego o no te gustan los destripes, es el momento de que le des al 'pause', pongas un post-it aquí y vayas a verlo. Y luego te vuelves, que te va a gustar. Porque resulta que en el episodio 6 de la segunda temporada, Joel Miller (Pedro Pascal) nos explica para qué sirve la política. El capítulo está construido alrededor de dos escenas trascendentes del videojuego de Naughty Dog 'The last of us: Part II', sintetizadas en la secuencia nocturna del porche, un flashback que es una traslación visual y textual a la serie del idéntico que despedía el videojuego.
Toda la segunda parte de 'The last of us' es un ex post de la decisión de Joel con la que se cerraba la primera parte del videojuego y de la serie: para salvar a Ellie de una muerte segura fabricando una cura para el cordyceps, Joel mata a todos los luciérnagas, incluida Marlene, huye con Ellie a Jackson y le miente sobre lo que ha ocurrido. Joel salva a una niña y condena a la humanidad. Esa decisión, presentada como heroica, romántica (una forma de amor absoluto) o humana (después de todo, Joel es un padre que perdió a su hija adolescente, como explican el prólogo de la serie y del primer videojuego), es presentada como una carga histórica, una deuda con el mundo y con las propias víctimas. La segunda parte de 'The last of us' no plantea una evaluación retrospectiva de esa decisión, sino que dramatiza sus consecuencias en la carne de todos los personajes concernidos: no hay juicio abstracto, solo reverberaciones emocionales y éticas.

La sucesión de crímenes de Joel, Abby y Ellie son una traslación pura, incluso más refinada y limpia que los grandes clásicos del wéstern o del cine de mafias, de 'La Orestiada', de Esquilo. Con un añadido que solo los videojugadores sabemos: cada crimen lo has cometido tú. Para salvar a Ellie y condenar a la humanidad, tú apretaste el gatillo cuando Marlene suplicaba en el suelo por su vida. Y tú reventaste la cabeza de Joel con un palo de golf y toda la furia de Abby en aquel hotel del montaña abandonado.
'The last of us' es una meditación brutal y larga sobre si hay decisiones correctas cuando todo está mal, cuando todo conduce de forma inexorable al crimen, a la mentira y a la pérdida. En ese marco, uno no puede escapar y el ejercicio de la ética apenas provee soluciones funcionales a los dilemas del fin del mundo. Una buena conversación, en todo caso, para una charla del programa La cena de los idiotés, de Aimar Bretos, o para acompañar la lectura de 'Ética en la calle', el apasionante libro de Eduardo Infante.
Dado que la versión televisiva se limita a trasladar de forma literal casi todo lo que contaba el videojuego y a rellenar todos esos espacios en los que el jugador deambula y explora en tierra hostil, ya sea incrustado en la carne de Joel, en la de Ellie o en la de Abby, es en esos retales que completan el 'patchwork', donde la serie propone sus propios dilemas. Y en el episodio sexto de la segunda temporada acompaña el citado de otro, que supone otra decepción y otra grieta entre Ellie y Joel. Yendo de patrulla encuentran en el bosque a Eugene, al que ha mordido un zombie, y Joel se niega a permitirle acercarse a la empalizada de Jackson para despedirse de su esposa, la psiquiatra Gail, antes de ser ejecutado. Ellie le suplica que se lo permita y Joel se lo promete y la envía a por los caballos. Entre tanto, mata a Eugene, pese a que él suplica por unos minutos más de vida.
Hay una diferencia notable entre este asesinato y el de Marlene, al final de la primera temporada –cuando ella también suplica–: en esta segunda muerte, no es Joel quien decide, sino la ley, “las normas” que la comunidad de Jackson se ha dado para sobrevivir. De hecho, el sentido de la decisión es el contrario: si matando a Marlene, Joel condenó a la humanidad y salvó a Ellie, matando a Eugene, salvó a la comunidad y condenó a un amigo. Y lo hizo con dolor, pero sin más dilema que la decepción de la joven, porque sencillamente aplicó las normas. Eso es lo que hace la política por nosotros, evitarnos el coste moral de salvar a Ellie y condenar al mundo.
La política es una estructura de comportamiento compartido para no tener que ser nunca Joel. Cuando dice “lo volvería a hacer”, no solo está reafirmando su amor por Ellie, sino su rechazo a una lógica universal: la de sacrificar al individuo por el bien común. Él elige no ser un agente de la razón política, sino del amor personal. 'The last of us' no lo condena ni lo absuelve, pero nosotros haremos ambas cosas, pues empuñamos su pistola para asesinar a Marlene y al resto de luciérnagas, y también sujetaremos el palo de golf de Abby cuando se cobra venganza. Ese limbo moral y esa deuda emocional son los que la política trata de evitar mediante leyes, normas e instituciones.

La política democrática, en su mejor versión, es un sistema de reglas diseñado para neutralizar el dilema extremo, para que nadie tenga que elegir si salva a una niña o a la humanidad. Es, en cierto sentido, una tecnología emocional de distanciamiento: despersonaliza la decisión para impedir que la contingencia de los afectos o el trauma arrastre a la comunidad a decisiones injustas o irreversibles. El drama de 'The last of us' ocurre en un mundo postpolítico, donde las instituciones han colapsado y, por tanto, cada decisión es personal, emocional, absoluta. Tremenda. Por eso Jackson se dota de normas. Por eso Eugene debe morir.
La justicia reglada es pues el intento de volver político lo que fue ético y trágico en lo individual, como explica Esquilo, cuando Orestes finalmente se somete a juicio. Abby busca justicia para el crimen de Joel y Ellie busca justicia para el crimen de Abby, pero no hay política que medie. Como en el sueño de los libertarios, solo hay cuerpos y armas. Y todo se pudre en sangre.
Ellos no son monstruos. Son cualquiera de nosotros sin política.
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